Me ha llenado de tristeza la muerte del Papa Francisco, no solo como católico, también por la desaparición de un líder mundial alejado del boato que ha tenido en su discurso permanentemente el recuerdo de los pobres y los marginados, la tragedia de la guerra como el mal que oscurece la vida de los hombres, el dolor por la emigración.
Dice el cardenal Kevin Joseph Farrell, camarlengo del Vaticano, quien ha anunciado la muerte de Francisco pasadas las siete y media de esta mañana de lunes, que “toda su vida estuvo dedicada al servicio del Señor y de su Iglesia. Nos enseñó a vivir los valores del Evangelio con fidelidad, valentía y amor universal, especialmente en favor de los más pobres y marginados. Con inmensa gratitud por su ejemplo de verdadero discípulo del Señor Jesús”.
Sus últimas palabras este Domingo de Resurrección dan fe de ello cuando en su mensaje de Pascua recordó una vez más a los pueblos que siguen en conflicto, como Ucrania, Israel o Palestina, y lamentó que «el mal no haya desaparecido de nuestra historia, permanecerá hasta el final».
Francisco, primer papa latino y el primero no europeo desde el siglo V, ha sido también el pontífice jesuita y el primero en llamarse Francisco, una declaración de intenciones al elegir el nombre de un santo radical que se enfrentó a la pompa vaticana y dedicó su vida a los más necesitados.
Él lo intentó. Intentó navegar entre las camarillas y las intrigas palaciegas de los sectores más conservadores de la Iglesia que dificultaron sus intentos por emprender las reformas internas que requería el Vaticano y afrontar el daño a la institución por los escándalos del banco de la Santa Sede y, sobre todo, el de la pederastia, un asunto en el que se ha comprometido desde el primer minuto desde su designación, tanto que hizo dimitir a toda la conferencia episcopal chilena. Sin embargo, la resistencia que encontró desde el resto de la jerarquía eclesiástica, sobre todo de los obispos de cada país y la burocracia vaticana, no le han permitido avanzar como él esperaba.
El Santo Padre deseaba acometer la necesaria renovación en la Iglesia católica, ponerla al día y acometer reformas pendientes, y ha sido enérgico en su crítica al sistema capitalista actual. Para los tradicionalistas de la Iglesia Francisco ha ido más lejos de lo que era ‘aconsejable’ hasta el punto de considerarlo como un Papa peligroso por su populismo de izquierdas.
Francisco ha hablado abiertamente a lo largo de sus 11 años en el Vaticano, del papel de la mujer en la Iglesia o de los homosexuales, ideas tabús que le han generado recelos y críticas en el seno de la Iglesia más ultraconservadora.
Hizo lo que pudo, seguramente poco y desde luego menos de lo que deseaba y pretendía, pero no le dejaron. A Francisco le ha dolido el mundo y la injusticia y ha sufrido por una Iglesia ensimismada muy alejada de las trasformaciones sociales.
Serán ahora los analistas y la historia los que nos alumbren el legado de este Papa en la Iglesia católica. Yo me quedo con su cercanía, con su bondad, su preocupación por los marginados, con su pensamiento por la libertad del hombre y la defensa de los principios y valores, por su defensa de la moral y su capacidad para el perdón, por entender que en la Iglesia caben todos y que es preciso democratizar estructuras y protocolos.
Me caía muy bien el Papa Francisco. DEP