No es Judas Tadeo, el santo de las causas difíciles. Judas Iscariote fue el discípulo que, según los Evangelios, entregó a Jesús con un beso. Su nombre quedó grabado para siempre como símbolo de traición.
Judas fue uno de los doce apóstoles escogidos por Jesús. Caminó junto a él, escuchó sus enseñanzas y fue testigo de milagros. Pero a diferencia de los otros, su historia no termina en fidelidad ni martirio, sino en una traición que cambiaría el curso de la historia, según una información de Fabiola Barrera, publicada en Excelsior.
Según los relatos bíblicos, Judas acordó entregar a Jesús por 30 monedas de plata. El gesto que selló el trato fue un beso en el Huerto de Getsemaní, donde los guardias del Sanedrín arrestaron al Nazareno. El beso, símbolo de afecto, se convirtió en la estampa del engaño.
Las razones que llevaron a Judas a actuar como lo hizo siguen siendo materia de debate. Algunos lo tachan de codicioso; otros creen que fue manipulado por fuerzas externas o incluso intentó forzar una reacción mesiánica en Jesús. El Evangelio de Juan menciona que Satanás entró en él durante la Última Cena, lo que añade un matiz espiritual a su decisión.
Tras la detención de Jesús, Judas no pudo con la culpa. El Evangelio de Mateo dice que devolvió las monedas y se quitó la vida. El libro de los Hechos, en cambio, narra una muerte distinta: una caída brutal en un campo comprado con el dinero delatador.
Judas Iscariote no tiene día en el santoral, ni iglesia que lleve su nombre. Pero su figura ha trascendido lo religioso. Su historia es estudiada en literatura, cine, filosofía y teología. Representa la fragilidad humana, el peso de las decisiones y la delgada línea entre la lealtad y la traición.