Serrat sigue cantando maravillosamente eso de “nada más bello que lo que nunca he tenido”. Precisamente es lo que pensó Putin al ver tan cercanamente seductora a Ucrania y sentirse capaz de poseerla: ya luce en su muñeca la pulsera del latrocinio. Nada más bello para Trump que Groenlandia y Canadá para agrandar su imperio: promete ser fieles con ellas y exige que tales poblaciones sean agradecidas ya que está dispuesto a brindarles seguridad sin límites. Además, todo lo que se ha gastado en armamento para los europeos, Trump está dispuesto a comprarle chupa-chups a sus cuatrocientos millones de súbditos para distraer dulcemente las improntas de su mandato. Y así.
En España, los independentistas vascos y catalanes consideran que no hay nada más bello que tener cupos especiales en la economía, en las decisiones fronterizas y en su singular protección por fuerzas y seguridades propias, y se han acaramelado con el Presidente de Gobierno con arrumacos de exaltación. En círculos confidenciales de tales regiones españolas se rumorea: “Nunca hemos tenido un Presidente tan bello como el nuestro”. Y el Presidente, agradecido, se ha abierto entero para que estén contentos.
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