El siglo XXI ha llegado y sacude al mundo con sus innovaciones tecnológicas y los cambios de costumbres, comportamientos sociales, nuevos tipos de mercadotecnia y una globalización que ha cambiado prácticamente el rostro de las sociedades en casi todos los países.
Tan es así, que si existiera una máquina del tiempo y un individuo de 1900 viajara al día de hoy muy probablemente se sentiría en otro planeta.
En el ámbito político estos cambios tecnológicos y sociales modernos han agudizado las imperfecciones de la democracia que se dejan ver aun más cada día ante éstas y otras situaciones que no fueron contempladas en su creación dada la situación del mundo en esos añejos tiempos.
El estilo de hacer política en la actualidad dista mucho de la de tiempos pretéritos.
Ahora más que nunca, los países, políticos e individuos poderosos marcan aguda ventaja sobre los que no lo son y dictan la agenda de los gobiernos (y hasta de algunas personas) de menor poderío.
Muchos gobiernos son emanados de una democracia cuyo origen es que el voto del más pobre sea igual al del más rico, pero hoy por hoy lastimosamente observamos que no es tan así pues los alcances políticos y electorales del poder económico llevan mucha ventaja sobre los de los desposeídos o que menos tienen restando validez al equilibrio de fuerzas en las masas sociales.
Electoralmente un voto de un poderoso, económicamente hablando, puede “valer” más si utiliza su influencia en otros ciudadanos dependientes de alguna forma de él. En otras palabras, puede “conseguir” mayor número de votos que otros de menor rango económico y qué decir de la gente de escasos recursos.
No se trata de polarizar más a la sociedad, pero vale la pena hacer un análisis simple de este asunto que se puede tornar delicado.
Es verdad que siempre se ha requerido dinero para cualquier aventura.
Cristóbal Colón requirió de la reina Isabel la católica para el financiamiento de su aventura al descubrir las Indias occidentales (que tiempo después resultó que eran un nuevo mundo y le llamaron América en honor a Américo Vespucio).
En las guerras intestinas de México, tenemos como ejemplo a la revolución social (que aparentemente quedó chata en resultados para los más oprimidos), donde las armas y municiones que usaron los revolucionarios tenían un costo y alguien necesariamente tuvo que desembolsar el dinero.
En otros tiempos, como ejemplo los de Benito Juárez, se tuvo que conseguir pertrechos en los Estados Unidos a cambio de criticados acuerdos trasnacionales.
Además en tiempos de guerra se tiene que pagar y alimentar a los ejércitos por lo que los gastos no son menores.
Lo anterior nos recuerda a Napoleón Bonaparte, célebre militar y emperador francés, cuando dijo que para ganar una guerra solo necesitaba de tres cosas: Dinero, dinero y más dinero.
En la política (como en una guerra) sobre todo en tiempos modernos, el recurso económico se ha vuelto ingrediente indispensable para campañas y financiamientos electorales y de todo tipo.
Pero resulta que en el país vecino del norte, una de las cunas y ejemplo de las democracias, ahora los señores del dinero han tomado el poder. Actualmente nos llegan las noticias de que varios de los principales y grandes hombres de negocios del mundo apoyaron con éxito la campaña de un candidato millonario que llegó a la presidencia con una principal virtud que es su éxito económico.
Jeff Bezos (Amazon), Mark Zuckerberg (Meta), y Elon Musk (Tesla), un trío de hipermillonarios (entre otros) que serán seguramente cabezas de serie en la administración y la orientación de las grandes decisiones. Todos ellos liderados por Trump, que no se distingue precisamente por la pulcritud de sus actos ni por su estilo filosófico, que incluso tuvo un primer período presidencial que terminó con turbulencias políticas pocas veces vistas como el asalto al Capitolio que tuvo como saldo muertos, heridos y detenidos que fueron llevados a la cárcel con penas considerables, aunque ahora fueron liberados.
Fue enjuiciado y hasta declarado culpable (por otros asuntos), pero ahora ya es de nuevo y con más bríos presidente de una de las naciones más poderosas del orbe.
Utilizando su experiencia empresarial y el mayor poderío económico de su país, presiona a otros de tal forma como si aún estuviera en el programa de TV “El aprendiz”.
En nuestra nación no estamos nada lejos de eso pues históricamente las familias de los grandes dineros se han visto y sentido muy de cerca de los políticos ya sean presidentes, gobernadores, diputados o senadores, desde el inicio de sus campañas hasta el ejercicio de sus administraciones gubernamentales.
Desgraciadamente y en muchos casos estos favores son pagados con grandes beneficios económicos transformando a la política de ser una actividad social a otra totalmente mercantil.
Definitivamente un dirigente o estadista debe tener más estilo o influencia social que empresarial o mercantil ergo no es lo mismo manejar un país que una empresa o negocio donde solo se buscan ganancias o superávits. Tampoco se trata de promover que los gobiernos estén quebrados en sus finanzas públicas pero existen los equilibrios económicos para los gobiernos donde por ejemplo, el margen de la deuda pública tiene un parámetro de tolerancia debido a que los préstamos económicos son necesarios para el desarrollo de un gobierno, “aquí y en China” por decirlo coloquialmente.
Urge un análisis estructural de nuestra democracia y la de muchos países cuyos gobiernos han cedido o cederán próximamente frente al embate de sectores de la población donde se concentra en pocos la economía de muchos y por añadidura el destino de esos muchos haciéndolos víctimas de las intenciones de unos pocos.
Ojalá hubiera garantía de que esas intenciones sean buenas.
Aún estamos a tiempo.
*Por su interés, reproducimos este artículo de Edgar Conde Valdez, publicado en Diario de Yucatán