De la abulia y su combate

19 de agosto de 2024
4 minutos de lectura
La abulia. | Flickr
RAFAEL FRAGUAS

Tal vez la abulia, la pasividad, sea la característica más extendida hoy en la sociedad española y occidental. Pareciera que la mayor parte de los ciudadanos -personas conscientes de sus derechos y cumplidora de sus deberes- se vieran sometidos a un sopor que, por distintas razones, les hubiera apartado de la vida política y social.

Salvo excepciones, honorables o desaforadas, este desinterés a la hora de ejercer derechos y deberes tan difícilmente conseguidos por dos generaciones anteriores, se ensancha peligrosamente ahuecando hoy el significado de la existencia social.

¿Qué fue del entusiasmo aquí por la libertad, por participar activamente en su conquista y extensión emancipadoras? ¿Qué ha sido del compromiso individual y colectivo con el bien común y la democracia participativa, con el respeto por la esfera de la vida pública, con el cumplimiento de los deberes cívicos, con la crítica razonada y con la exigencia de tantos derechos hoy semiolvidados y tantos deberes cívicos ahora incumplidos? ¿Dónde están las causas de toda esta desafección en la que solo el insulto y la descalificación circulan desbocadamente por doquier, como doloroso paliativo de una vida social y verdaderamente política casi inexistentes?

Muchos segmentos sociales han dejado de cumplir sus compromisos. Las responsabilidades más evidentes corresponden a los intelectuales, que dejaron al margen su función propositiva, orientadora en clave social y axiológica, a la hora de dar expresión a valores civiles y vías de solución a los anhelos y problemas comunitarios, para replegarse sobre sí mismos y ejercer un narcisismo obsceno e inútil, basado en crearse prestigio sin fundamento crítico alguno, esto es, valores de cambio sin aportar valores propios útiles que los justifiquen.

Una malsana politizacion invade casi todos los planos de la vida pública. Frente a la política como actividad creativa, como decisión necesaria, como elección sensata orientada al bien común, esa falsa politizacion inducida por políticos venales basada en la ofensa y las descalificaciones, desgarra lo poco que queda de cohesión social, de vida compartida y fértilmente enjundioso.

La enajenación ideológica se expande sin freno entre las clases subalternas, señaladamente juveniles, que han olvidado su conciencia y sus intereses propios. Y ello gracias al aplastante peso de sofisticados dispositivos telemáticos con altas capacidades alienantes. De estos sectores juveniles, apenas se escuchan quejas sobre su situación extremadamente precaria.

Medios y partidos

Muchos partidos políticos y medios de comunicación, peligrosamente sintonizados entre sí, han olvidado su función mediadora entre la ciudadanía y el poder. Han abandonado el compromiso política y culturalmente instructor que un día tuvieron, para ceñirse hoy a sus batallitas internas por conseguir, cada quien, encaramarse en lo más alto de las estructuras partidaria o bien en los rangos de la máxima influencia sobre la opinión pública, olvidando la política y la información como bienes públicos al servicio de la sociedad, desdeñando el estudio de los problemas y la ideación de soluciones sociales y democráticas a los problemas colectivos.

Transigimos sumisamente con todo tipo de arbitrariedades en las demoras inhumanas en la Sanidad -hoy privatizada sin nuestro permiso, como en du día la banca pública- así como en la (des)administración, inhumana también, de recursos públicos sobre el paro o el ingreso mínimo vital, valgan dos ejemplos, en manos de algunos gestores o funcionarios que olvidan con demasiada frecuencia su condición de servidores públicos; se centran en proyectar horizontalmente hacia las gentes de a pie las quejas laborales, salariales o de falta de efectivos que suelen padecer pero que debieran reivindicar verticalmente hacia sus superiores.

En las relaciones internacionales, el ciudadano sólo tiene la opción de contemplar pasiva y abúlicamente las atrocidades que genocidas de todo pelaje perpetran impunemente cada día.

Frente a estos desistimiento, perduran las pugnas de personas, colectivos y organismos concernidos en las luchas democráticas con las que, frente a viento y marea, se atreven a impugnar las arbitrariedades de los poderes públicos y privados, las obscenidades gananciales del capitalismo más antidemocratico, las salvajadas con armas que anonimizan a sus responsables, las transgresionses más irresponsables de los individuos más egoístas y depredadores que, paradójicamente, son loados como modelos y referencia a seguir.

Algunos pensadores, aún en activo (*), han explicado buena parte de lo que sucede como un tránsito desde la idea emancipadora de la libertad y la democracia a una idea de ambas meramente protectora y aséptica, que blinde al ciudadano individualizado y desocializado de todo riesgo derivado de la vida sociopolítica en su fluir incesante.

Definieron así la degradación de la democracia adjetivándola como “inmunitaria”, desprovista de su originario empuje liberador, audaz y humano. Asociar esta deriva de la democracia, la libertad y sus ideales emancipadores a la abulia social a la que asistimos no resulta difícil. Por ello, combatir ese desinterés, esa pasividad abúlica que se extiende como un tóxico magma de inactividad que fortalece a los totalitarios siempre al acecho, ese combate pasa necesariamente por recuperar el entusiasmo por lo valioso y frágil que la democracia, el Estado de Derecho y sus libertades mantienen como históricas conquistas sociales.

Asumir los riesgos de vivir, de exponerse a enfrentarse a la rutina paralizante, de criticar la injusticia, la desigualdad y toda forma de opresión; atreverse a llamar genocida a quien genocidio perpetra y llamar cobarde a quien no osa denunciarlo, son manifestaciones de que el latido de la vida y la moral sigue en marcha, pese a tantos obstáculos que le salen al paso.

La abulia y la inacción son temibles enemigos de la libertad y de la democracia, tanto como todos esos mecanismos económicos y financieros que viven de reproducir la desigualdad y de sacar pingües réditos del conflicto y de la guerra, convertida hoy, por ellos, en suprema fuente de beneficio a costa de ríos desbordados de sangre.

1 Comment

  1. Descriptivo razonamiento. La abulia social debe ser combatida con mayor formación y cultura, en su sentido más amplio. En otro caso solo quedan clichés y eslogans que nunca son activos para los necesarios cambios.

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