Horizonte y destino – literatura y ciencia

21 de julio de 2024
3 minutos de lectura
JAVIER CASTEJÓN

Don Quijote, el más admirado, querido y ridiculizado personaje de toda la historia de la literatura, en la versión de la película Don Quijote cabalga de nuevo, le decía extasiado y enamorado a su Dulcinea: “También me gusta el horizonte, pero cuando voy a tocarlo, lo pierdo…”. Y es así como siempre sucede en la realidad, pues evidente es que cuando conseguimos alcanzar la línea del horizonte, ésta desaparece y, si alzamos la vista, encontraremos otro nuevo horizonte ante nuestros ojos.

Puede parecer una perogrullada la afirmación del hidalgo, pero deberíamos de tomarla en serio si partimos de la base de que el ser humano, sea por tendencia natural o por fatalismo histórico, siempre se dirige a un horizonte determinado. Kent Nerburn, el ensayista estadounidense que basaba sus obras en la cultura y espiritualidad de los nativos americanos, lo expresaba afirmando que “nuestros sueños más brillantes y nuestros mayores temores están en el horizonte”.

Casi podría afirmarse que el espíritu del hombre transcurre su tiempo preso entre la inmediatez del presente y el horizonte cuya visión le anticipan sus sueños y temores. Pero cuando siente que se acerca a ese horizonte y va a tocarlo, como le pasara al hidalgo, éste desaparece y se reubica en el futuro inmediato. Muere un horizonte y nace otro. Se alcanza un sueño y nace una nueva esperanza.

Así se le presenta el tiempo al ser humano desde su nacimiento y hasta su muerte. Toda su vida transcurre en un instante donde su mente, obviando la materia de los recuerdos que quedaron en el pasado, divaga entre lo que tiene delante y lo que presiente en el porvenir. Ya afirmaba Einstein que “todas las partículas viajan continuamente hacia el futuro, ya que el tiempo fluye siempre en la misma dirección”.

Está claro que es imposible huir de esta realidad en la que transcurre la vida humana, que por su propia naturaleza se halla presa entre “ahora” y “luego”. Es tal vez por eso que los poetas, esos seres clarividentes capaces de “ver y decir” más allá de lo que ven y dicen el resto de los mortales, preocupados, como siempre están, por agarrar la eternidad que se presiente en el horizonte, vuelven una y otra vez sobre el tema.

En su poema “El tiempo”, dice Benedetti: “necesito tiempo que otros dejan abandonado para mirar un árbol, un farol, / para morir un poco y nacer enseguida/ y para darme cuenta/ y para darme cuerda/………..me hace falta tiempo sin tiempo”.

Claro que también están los poetas que, a fuerza de indagar dentro de su alma y su tiempo, se desnudan ante el horizonte (o los muchos horizontes) de la vida y sienten que, atrapando su horizonte interior, trascienden el tiempo y se convierten en atemporales, como la eternidad, en la que todo es presente y, por ende, se niega el olvido como si este fuera una secuela del pasado. Así lo dice Casilda Jáspez en su poemario “Horizonte desnudo”: “Un horizonte desnudo va presidiendo el camino hecho de olvido. /Se acelera el paso, se avanza, se retrocede/ ¡No hay olvido!”

En su poema parece que el horizonte es más una realidad interior persistente, quizá eterna, que una evidencia de la fugacidad en la que se desenvuelven las existencias.

¡Son tantos los horizontes del ser humano! De entre todos ellos, es quizá el atardecer el que más subleva el corazón. El atardecer donde los colores se tornan mágicos antes de que mueran las luces que contemplamos. Es el ocaso en el que los poetas depositan sus ansiedades y los girasoles la última mirada, la hora dorada que invita a soñar, la luz última que desaparece secuestrada en el carro del dios Apolo.

Afirman los sabios astrofísicos que en límites de los llamados “agujeros negros” repartidos entre las galaxias, esos puntos de densidad quasi infinita que se tragan no solo la materia que se le acerca, sino incluso la luz, está ubicado el llamado “horizonte de sucesos”, el considerado como “punto de no retorno”, debido a que, una vez cruzan este punto, la materia y la energía ya no pueden escapar de la gravedad del agujero. Ni siquiera la luz puede escapar.

“Todo lo que cruce el ‘horizonte de sucesos’ se consumirá, nunca volverá a emerger, debido a la inimaginable y fuerte gravedad del agujero negro”, dice la NASA en su página web.

¿No sucede esto mismo a cada instante de la vida humana? ¿Acaso no nos va tragando el tiempo de forma irremediable conforme avanzamos, conforme conquistamos horizontes que, una vez conquistados, mueren y se renuevan en otros nuevos que nos esperan en nuestro destino próximo?

Al final se impone como cierta y clarividente la afirmación que hiciera el ingenioso hidalgo. Los astrofísicos, buscando entre las estrellas, han dado con la misma fórmula mágica para explicar la vida que entonces nos anticipara por boca del caballero de la triste figura el príncipe de las letras: “También me gusta el horizonte, pero cuando voy a tocarlo, lo pierdo…”.

1 Comment

  1. Un artículo de gran calidad y gran calado existencial. Que nos ayuda a asumir nuestra condición trágica. Esa que ya anticiparon los griegos.

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