EL Abogado

22 de marzo de 2024
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Trabajadores con maletín. | Fuente: Freepik.

Aquel Letrado llevaba horas de espera. Era el único que ocupaba la sala de llamadas para ellos reservada, antes de comunicarse con los detenidos.

Impolutamente digno mantenía la pose y los gestos del oficio, más de 40 años de ejercicio. Nada le sorprendía, o casi nada. Lo que ocurría a su alrededor ya lo había vivido muchas otras veces, como un carrusel o noria que siempre tornaba con las mismas aguas.

Miraba el reloj distraídamente, sin prisas, sin darle importancia. Permanecía en espera, pero esta no era ni inquieta ni tensa. Sólo esperaba la llamada para inicio del acto. El Chirriar melancólico de la reja de hierro le apartó del letargo, y pausadamente miró por encima de sus gafas.

Seguía sentado esperando el anuncio de lo que estaba por venir. De repente como una inesperada visión entró aquel sujeto deshabitado, tan abandonado de este mundo que resultaría imposible que supiera volver a él. Un robo con violencia, junto a otros, con resultado de muerte.

No era lo planeado, pero a veces así sucede. El intruso cayó para que otros pudieran ser libres de los hechos. Su silencio posterior es lección de manual de atracos. Él asumiría el delirio colectivo durante muchos años. Así es el devenir de las cosas inacabadas, imperfectas, y que no sólo dependen de la voluntad de uno.

El Letrado tomó nota, aconsejó al defendido lo propio de estos casos y le despidió con hasta luego que sonó como un adiós sin vuelta. Sabe que se verán varias veces hasta que se cierre por completo el círculo del asunto.

Es una confianza no solicitada pero que vincula por rastrojos ambas vidas. Cuando todo acabó aquel letrado continuaba en su sitio en una nueva espera.

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