Hoy: 23 de noviembre de 2024
Cuando construyeron el edificio de los juzgados de Plaza de Castilla “ÉL” ya estaba allí. Formaba parte del inmueble, como un elemento más y tan necesario como su estructura. Allí continuaba cuando por insondables razones pisé por primera vez sus dependencias. Del tipo aparentemente nada parecía destacar, tampoco “Él” pretendía pasar o no desapercibido. Pareciera resultar que todo le era absolutamente indiferente. Mimetizado con el paisaje los que se cruzaban con él lo ignoraban como los objetos desechados que duermen en los pasillos.
Siempre caminaba con fingida ausencia, pero era como una brújula con marcado objetivo. En las manos siempre la misma carpeta, un bolígrafo y un periódico indeterminado bajo el brazo. Gafas doradas y una especie de gabardina caída sobre los hombros. Nadie parecía reparar en “Él”, como si eso tampoco importara. Todos sabían que alguna labor debía realizar en el edificio pero nadie podría decir en qué exactamente consistía esta.
Debo confesar que este tipo me intrigaba. Deseaba descubrir el lugar de donde provenía y cuál era su destino cotidiano, pero nadie supo darme razones sobre los motivos de su estancia o permanencia en el edificio judicial. Recuerdo que una vez casualmente le encontré en la Oficina del Decanato de los Juzgados de Instrucción. De pie, con la misma pose, manejaba folios distraídamente sin fijarse excesivamente en ellos.
Pregunté a una funcionaria entrada en años, y que obsesionada golpeaba sellos torturando papeles para su reparto, que “quien era aquel tipo que parecía desbrozar horas”. Ella alzó la cabeza y girándola hacía el sujeto me dijo con reproche y hastío: Ese hombre es “El”, y bajando la cabeza continúo con su labor machacona.
Mi obsesión se afianzó durante los siguientes meses. Dejaba cualquier labor por importante que esta fuera y salía a recorrer los pasillos del edificio en su busca, pero nunca lo hallaba. En cambio, de la forma más inesperada, como un holograma, aparecía al otro lado del pasillo, siempre alejado del que me encontrara, para raudamente desaparecer tras una puerta o al fondo por las escaleras.
Traté insistentemente de encontrarle en algún registro, en alguna nota, o en cualquiera de las estancias inexistentes que pueblan estos juzgados pero no hallé nada, ni el más mínimo motivo o rastro. Todos lo conocían, pero esto era lo único que sabían de “ÉL”.
Por fin; una noche de madrugada, durante un servicio de guardia que parecía haber sido montada por el mismo diablo, tuve que desplazarme desde la planta baja hasta la octava para recoger en el Juzgado una importante documentación necesaria para el despacho de un asunto. Sorpresivamente, y en la penumbra, le vi sentado en un banco ubicado al costado de la dependencia judicial. Apresuré el paso sin perder de vista su silueta con intención de aclarar los antecedentes que tanto me habían obsesionado.
Ya cercano a “Él”, y sin percatarse de mi presencia, se levantó inesperadamente desapareciendo silenciosamente por el fondo de una de las escaleras. Al llegar al banco, sólo quedaban objetos olvidados: Una cartera, sobre ella un bolígrafo, unas gafas doradas, un periódico ”El Pais” y una tarjeta con las iniciales ”J.A.H”.
Y “NADIE” junto a “EL” encontró el camino, un camino en el que se perdido durante décadas, y de la mano de “J.E.C.F” pudo llegar a su destino. Porque nadie encuentra su camino sin haberse perdido antes. Gracias amigos míos. Siempre en mi corazón ❤️
Hoy ” NADIE” gracias a ” ELLOS” tiene ” LA MUJER SIN NOMBRE” un nombre…
CARMEN FRAILE MUÑOZ. Gracias.