Hoy: 23 de noviembre de 2024
Más de cincuenta crímenes de violencia hubo en Madrid en junio de 1936. Huelgas y desmanes se suceden encendiendo hogueras de inestabilidad, fronteras de fuego entre socialistas y falangistas. Casares Quiroga es un Jefe de Gobierno lleno de paciencias inútiles y prefiere entender que las revueltas no llegarán más allá de las fogosidades propias del pueblo español; el presidente Azaña, sin embargo, propone un gran acuerdo nacional al que se oponen los socialistas. Es inevitable una guerra civil que, como ya hemos dicho, anuncia Unamuno a las puertas del café Varela: “Hay tanta oscuridad que no se distingue nada”.
La fragmentación de España tenía, para ser simples, dos grandes cabezas. Por un lado, las derechas, cuya representatividad se disputaban falangistas y CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), con el nombre común de FRENTE NACIONAL. Y por otro, en un espectro lleno de matices, los rojos, que principalmente albergaban a socialistas y comunistas, conocidos con el nombre de FRENTE POPULAR.
En febrero de 1936 los españoles fueron a las urnas con el siguiente resultado electoral:
FRENTE POPULAR: 4.700.000
FRENTE NACIONAL: 3.997.000
CENTRO: 449.000
NACIONALISTAS VASCOS: 130.000
A pesar de la escasa hegemonía de las izquierdas, el sistema electoral español concede a los ganadores un suplemento de escaños que facilita a “los rojos” una mayoría cómoda en las Cortes. En la provincia de Granada, no obstante, han ganado las derechas por la presión ejercida —dicen— de los caciques tradicionales. Entre los diputados electos por la derecha se encuentra Ramón Ruiz Alonso (CEDA), personaje siniestro y metralla en la muerte de Federico García Lorca.
Alegando corrupción, el FRENTE POPULAR impugna las elecciones granadinas y las Cortes de Madrid acceden a nuevos comicios el 31 de marzo de 1936, produciéndose una abstención casi total por parte de los votantes de derecha que supondrá la pérdida definitiva de su anterior triunfo. No se puede dudar que, a partir del momento en que perdieron esta elección, varios ex-diputados granadinos empezaron a conspirar contra la República. Y entre ellos, según sus propias confesiones, Ramón Ruiz Alonso.
En el interim de los desencuentros, arden en Granada iglesias y casas religiosas, las instalaciones del periódico IDEAL, comercios y clubes que pertenecen a las clases acomodadas. La reacción es inmediata organizándose cuadrillas de odio y muerte entre los dos bandos. Muchos falangistas son encarcelados con su jefe, José Antonio Primo de Rivera, a la cabeza.
El 5 de abril de 1936 el diario LA VOZ, de Madrid, publica una entrevista a García Lorca que realiza Felipe Morales y que define “el partido” del poeta y su conciencia de responsabilidad ante el momento que vive:
“Ahora estoy trabajando en una nueva comedia. Ya no será como las anteriores. Ahora es una obra en la que no puedo escribir nada, ni una línea, porque se ha desatado y anda por los aires la verdad y la mentira, el hambre y la poesía. Se me han escapado de las páginas. La verdad de la comedia es un problema religioso y económico-social. El mundo está detenido ante el hambre que asola a los pueblos. Mientras haya desequilibrio económico, el mundo no piensa. Yo lo tengo visto: Van dos hombres por la orilla del río. Uno es rico, otro es pobre. Uno lleva la barriga llena de bostezos. Y el rico dice: ‘¡Oh, qué barca más linda se ve por el agua! Mire, mire usted, el lirio que florece en la orilla!’. Y el pobre reza: ‘Tengo hambre, no veo nada. Tengo hambre, mucha hambre!’. Natural. El día en que el hambre desaparezca va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la Humanidad. Nunca jamás se podrán figurar los hombres la alegría que estallará el día de la Gran Revolución. ¿Verdad que te estoy hablando en socialista puro?”.
Estas declaraciones y las que hace al periodista Bagaría manifestando que Granada es “la tierra de chavico donde se agita la peor burguesía de España”, hace que Federico García Lorca sea tildado por sus paisanos como un izquierdista peligroso que, según diría más tarde Ruiz Alonso, “está haciendo más daño con su pluma que otros con los fusiles”.
Este mes de abril es particularmente intenso en actividades poéticas para Federico García Lorca. Destacamos la despedida inconsciente que hace a sus amigos con motivo del banquete-homenaje que se da a Luis Cernuda por la publicación de su libro La realidad y el deseo:
Entre todas las voces de la actual poesía, llama y muerte en Aleixandre; ala inmensa en Alberti: lirio tierno en Moreno Villa; torrente andino en Neruda; voz doméstica entrañable en Salinas; agua oscura de gruta en Guillén; ternura y llanto en Altolaguirre, por citar poestas distintos; la voz de Luis Cernuda suena original, sin alambradas ni fosos, para defender su turbadora sinceridad y su belleza”.
Todavía en Madrid Federico García Lorca asiste, sin estar inscrito en ningún partido, a reuniones de notorio sello izquierdista. Se reúne habitualmente con sus amigos y contesta a Luis Bagaría, el diez de junio, después de haberle preguntado el periodista sobre el más allá:
“Como no me he preocupado de nacer, no me preocupo de morir. Escucho a la naturaleza y al hombre con asombro, y copio lo que me enseñan sin pedantería y sin dar a las cosas un sentido que no sé si lo tienen. Ni el poeta ni nadie tiene la clave y el secreto del mundo. QUIERO SER BUENO. Sé que la poesía eleva, y siendo bueno, con el asno y con el filósofo creo firmemente que si hay más allá tendré la agradable sorpresa de encontrarme con él. Pero el dolor del hombre y la injusticia que mana del mundo, y mi propio cuerpo y mi propio pensamiento, me evitan trasladar mi casa a las estrellas”.
Cuando el hombre descubre la miseria ajena, es como si se sintiera amenazado en su propia dignidad. El hambre de los otros estrangula el paladar de los hartos obligándolos, al menos, a “tomar conciencia” solidaria con el desamparo. García Lorca ha nacido y ha vivido en la región de España más bella y más pobre, donde ha visto la vega granadina como un campo de concentración disimulado: familias enteras trabajando la tierra por un puñado de vergüenza y cuyos hijos, apenas conocidas las primeras letras, son devueltos a la costumbre de la pobreza, condenados a la ignorancia y a vestirse de limpio sólo los domingos. Federico conoce los pobres de Granada, los pobres de sus campos sostenidos por “la generosidad” del señorito que gasta en el casino lo que sudan en silencio los gañanes. A Federico le sobran siempre dos duros en el bolsillo dispuestos a regalarlos, pero eso es caridad acuñada, y él desea justicia al trabajo, recompensa legítima. Al fin, la desgraciada guerra civil, a punto de producirse en España, no será más que un ciego enfrentamiento entre pobres y ricos, una lucha entre mantener seguridades o adquirirlas. España de la rabia y de la idea proyectada a conseguir justicia sin mirar el precio.
A mediados de junio Federico almuerza en Madrid con Neruda, Dámaso Alonso, Jorge Guillén, Guillermo de Torre, Salinas y algunos más que lo vieron y oyeron por última vez. Varios testimonios aseguran la duda de García Lorca para marcharse a Granada. En aquellas fechas, harto de acosos, le comenta a Neville: “Me voy porque aquí me están complicando con la política, de la que no entiendo nada ni quiero saber nada”. Martínez Nadal acompañó a Federico a la estación, y el tren le señaló el camino de la tragedia.