Las gallinas y los avestruces

29 de febrero de 2024
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Grupo de avestruces. | Fuente: Shutterstock.

Aquel día, después de las votaciones que se realizaron en aquella enorme granja, todo hacía presagiar nuevas esperanzas de cambio y muchas mejoras en las vidas de todos los habitantes, hasta ahora, no conocidas.

Venía, según decían, el progreso con aquel gallo presumido, orgulloso y arropado por las gallinas que solo deseaban acariciar sus plumas y los habitantes más confiados.

Las gallinas estaban como locas de un lado para otro avisando a las cluecas y a las pollitas y pollitos jóvenes, diciéndoles que llegaban tiempos mejores de libertad en todos los aspectos: “Podremos poner los huevos donde nos de la gana, no donde quieran los demás”.

En otro apartado los gallos cantaban en una tonalidad muy acompasada y envolvente con la ayuda de los más viejos, mientras los ancianos dormían al sol y soñaban con aquellos añorados tiempos pasados con orden y concierto, como contaban ellos.

Justo al día siguiente de ser nombrado el nuevo jefe y presidente de la granja apodado El gallo, muy engreído, con un plumaje rojizo con tonos cobres y dorados con una enorme cresta muy roja, pero con un canto al alba, bastante desafinado, con ese don no había sido dotado.

Ese día recibía en la enorme puerta de la granja a un grupo de avestruces afines a él, para gloria de sí mismo, y que pretendía que le siguieran siempre con un enorme servilismo.

Entraron despacio, muy ceremoniosas con sus larguísimos cuellos, mirando a un lado y otro con mezcla de altivez y un poco de recelo.

Los habitantes las observaban en silencio, pues nunca habían conocido nada parecido, eran tan enormes, y además pretendían vivir en la granja y de sus productos, mezclándose con todos ellos.

Nunca existió en la granja rebelión alguna y siempre habían vivido hasta entonces en paz. Esas avestruces lo pisoteaban todo, eran demasiado grandes y tenían las gallinas gallos y pollos que retirarse a su paso, pues los podían aplastar. Daba la impresión que no miraban hacia abajo y eso daba inseguridad y miedo.

Así pasaron los días y los meses, casi un año, con cada vez menos tranquilidad, sorteando a las locas avestruces que cada vez más se adueñaban del espacio.

Un día, el avestruz mas grande en tamaño, pero con una gran brillantez y harto de ser utilizado, les dijo a los suyos que El gallo, como era tan chulo, se comía lo mejor y que los gallos estaban muy cansados de aguantar tanta chulería y estaban levantiscos con él y las gallinas lo odiaban a muerte. “Además a nosotros nos tiene de barrenderos y limpiadores de sus desperdicios y siempre dándole la razón. Hasta aquí hemos llegado. ¡No lo aguantaremos más!”, dijo con fuerza.

Y les comunicó a todos: “Esta noche lo echaremos de su corral, a él y los suyos, ya tenemos a nuestro lado a muchos habitantes cansados de su forma de mandar y arrasar con lo nuestro mientras ellos comen lo mejor, a nosotros nos dejan lo peor”.

“Mi idea es dejar entrar a los zorros y zorras, esos que son los más astutos, carnívoros y rápidos, por la noche son mucho mas activos, además son unos cazadores imparables”.

“Nosotros y los que no estén de acuerdo con las teorías de El gallo nos encerraremos en los corrales, los de piedra, bien protegidos, donde es imposible un ataque, no se puede entrar, es una auténtica fortaleza”.

“Y ellos, junto al gallo mayor, dormirán en el corral juntos, en las pajas limpias y mullidas y con el buche lleno, jamás podrán imaginarse que puedan entrar los zorros, confían demasiado en su poder”.

Y tal como lo organizaron, lo hicieron. Abrieron una parte de las vallas y así los zorros entraron con muchas ganas. Las gallinas cacareaban como locas, con las plumas despeinadas, pidiendo socorro y corriendo fuera, mientras El gallo salió como una bala, ya no estaba tan bello ni tan seguro de sí mismo, ni sus plumas lucían como antes.

Fue el más cobarde de todos ellos, corría medio volando y dejando a los suyos, corrió tanto que saltó vallas y senderos y algunos le siguieron, los zorros corrieron detrás, poniendo a todos en fuga.

Al gallo jefe jamás lo encontraron y algunas gallinas se perdieron y otras regresaron al día siguiente medio desplumadas.

Lo cierto es que a partir de ese día la granja empezó a funcionar sin un gallo que se convirtió en un caudillo mandón, déspota, engreído, sin piedad, egoísta y manipulador.

Con su final, todos pudieron trabajar y producir bien alimentados, con gran entendimiento y viviendo en paz y armonía para siempre.

Esperar que alguien que solo piensa en sí mismo pueda ser bueno como dirigente y mandar con leyes lógicas por el bien común es una enorme falacia, solo piensan en enriquecerse a costa de los demás sin importarles empobrecer a los ciudadanos de cualquier país.

De ningún ególatra narcisista se puede esperar algo bueno, es una auténtica locura. Tarde o temprano saldrán de su zona de confort, sin plumas y cacareando.

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