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Vuelva usted mañana

Daniel Gómez-Fontecha

Mariano José de Larra, autor romántico del siglo XIX, escribió en el año 1833 un artículo en el que, a modo de sátira, criticaba la gran pereza que caracterizaba a la sociedad española de la época y la enorme burocracia que la política del momento estaba instaurando en el país. Pese a que ya han pasado dos siglos desde su invención, la frase de “vuelva usted mañana”, que da título a aquel texto, continúa siendo de escrupulosa actualidad.

En estas últimas semanas se ha acrecentado el rumor de que existirían serias opciones de que el Gobierno pudiera otorgar la medida de gracia al señor José Antonio Griñán tras su condena, ratificada por el Tribunal Supremo, en el ‘caso de los ERE’ de Andalucía. Una posibilidad que, si bien es absolutamente legal, no deja de ser inaceptable e inconcebible para un país democrático del siglo XXI.

Hace unos pocos años, una serie de políticos que llegaron a auto etiquetarse como representantes de la “nueva política”, se presentaron a la sociedad como los más férreos defensores de la ética en las instituciones. Estaban tan implicados en la lucha contra la corrupción, que llegaron incluso a poner en el debate público “códigos éticos” o líneas rojas que todos los partidos debían aceptar en el caso de que se sospechara cualquier irregularidad.

Pero, como viene siendo habitual, todo lo que se dice contra el adversario y las lecciones de ética cambian cuando el que pisa la moqueta del juzgado es del mismo partido o amigo personal. Es entonces cuando comienzan acusaciones de persecuciones mediáticas, cuando se comienza a esconder todo para que nadie hable de ello, el ya famoso “y tú más” y ahora el “no se ha enriquecido personalmente de ello.” 

La medida de gracia, que no deja de ser una norma antiquísima, ha sido normalmente utilizada en casos excepcionales en donde un debate moral o una injusticia socialmente aceptada se considere por encima de una sentencia judicial.  

Por tanto, si finalmente Pedro Sánchez decide conceder ese indulto al expresidente andaluz, lo que se pondría de manifiesto no sería solamente la absoluta desvirtuación de la medida: también significaría el absoluto desprecio que el Ejecutivo tiene por el tercer pilar del Estado y la constatación de que en España existe un gran déficit democrático. Después, algunos se extrañan de que The Economist situé a España como “democracia defectuosa”.

Si esa nueva política consiste en indultar a compañeros de partido bajo el argumento de que “están pagando justos por pecadores”; entonces debemos estar de vuelta en el siglo XIX. Porque con esta serie de iniciativas o planteamientos, lo único que generan es que el escepticismo, hartazgo y la pereza de los ciudadanos con sus representantes políticos vaya acrecentándose a pasos agigantados.

En cualquier democracia liberal occidental, aquellos políticos condenados por delitos relacionados con la corrupción, los que utilizan su posición de privilegio en la administración o su cargo en un partido para beneficiarse o favorecer los intereses de sus amigos deberían, ante una petición de indulto, obtener la misma respuesta que recibían aquellos españoles a los que Larra describía tan fielmente cuando acudían a la administración: “Vuelva usted mañana”.

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