Viejo, mi querido viejo

18 de marzo de 2025
2 minutos de lectura
`Alt` viejo, mi querido viejo
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RAFAEL ÁLVAREZ CORDERO

Muertes, masacres, centros de exterminio

El responsable de toda esta hecatombe está ahí, oculto en su búnker tabasqueño, pero los mexicanos no cesaremos en denunciarlo ante las autoridades nacionales e internacionales, en la OEA, en la ONU, en todos lados, para que se sepa que la connivencia del poder con el crimen no puede permitirse.

Desde mi infancia conviví con compañeritos judíos y nos llevábamos muy bien; más adelante supe lo que había detrás de las familias que habían emigrado a nuestro país, y admiré la voluntad férrea de sobrevivir de algunos amigos que fueron encerrados en los campos de Auschwitz; más adelante, al leer La Bailarina de Auschwitz, admiré a Edith Eger que sobrevivió y a sus 90 años sigue predicando amor con una sonrisa. El horror no aparece de la nada. Se gesta en las sombras, avanza en silencio y, cuando se hace evidente, suele ser demasiado tarde; el Holocausto no empezó con los hornos crematorios de Auschwitz, sino con listas de nombres; el genocidio en Ruanda no comenzó con machetes, sino con discursos de odio en la radio.

Una de las más graves consecuencias de las palabras presidenciales del sexenio pasado ha sido la proliferación de la violencia en todas sus formas, ya que el señor que ya no está prometió abrazos, no balazos a todos los delincuentes. El resultado está ahí: más de 200 mil ciudadanos perdieron la vida sin que nada pasara, miles desaparecieron sin saber dónde, y en Palacio siempre se negó su existencia y nunca se recibió a los deudos de esos desaparecidos.

Desde hace años, colectivos de madres y buscadores han denunciado la existencia de hornos clandestinos en Jalisco, Veracruz, Tamaulipas y Michoacán. Desde hace años, se han documentado ejecuciones sistemáticas y desapariciones forzadas. Desde hace años, las autoridades han elegido no ver, y vimos a una madre buscadora esperando entrar a Palacio por semanas, sin conseguirlo.

El rancho Izaguirre, en Teuchitlán, Jalisco, fue convertido en un centro de exterminio que ha revelado la crudeza de la violencia en el país; no es una fosa común más, es un sitio diseñado para la desaparición total: hornos crematorios improvisados, restos humanos calcinados y cientos de objetos, zapatillas, mochilas, prendas, confirman la más siniestra muestra de exterminio jamás conocida en México.

Y hoy sabemos, gracias a la insistencia de los y las buscadoras, que hay fosas en todo el país, desde Baja California, Tamaulipas, Sonora, Sinaloa, Guerrero, Veracruz, Michoacán, Chiapas, Guanajuato, Tabasco, Estado de México hasta la Ciudad de México

Los números de desapariciones hasta lo que va de este marzo, suman un total de 123 mil 992, de acuerdo con información del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO).

Y en el gobierno, tras la negativa, la sorpresa, (“nadie sabe, nadie supo”); la señora Presidenta dice estar sorprendida y que ahora sí va a recibir a los deudos, el fiscal Gertz Manero estaba en Babia mientras todo esto ocurría, la señora Piedra, de la CNDH, peor; los policías, los presidentes municipales, los gobernadores, nadie sabe nada, aunque hay documentos que confirman que sí sabían.

El responsable de toda esta hecatombe está ahí, oculto en su búnker tabasqueño, pero los mexicanos no cesaremos en denunciarlo ante las autoridades nacionales e internacionales, en la OEA, en la ONU, en todos lados, para que se sepa que la connivencia del poder con el crimen no puede permitirse. Los mexicanos exigimos investigación, datos, confirmación, detención, juicio y castigo a los responsables de esta inimaginable etapa de la vida nacional.

México no puede seguir el camino de la destrucción, el salvajismo y la impunidad; todos debemos actuar, no sólo en manifestaciones como la de ayer, sino también aplicando efectivamente todo el rigor de la ley.

*Por su interés, reproducimos este artículo de Rafael Álvarez Cordero, publicado en Excelsior

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