Es tan difícil que el amor cristalice en lo comúnmente deseado, que se convierten en “todos los tiempos” aquellos tiempos recios que Santa Teresa denunciaba viéndose acosada por la Inquisición y por torpes interpretaciones a sus experiencias místicas.
La Barca de Pedro está sometida a un vaivén de oleajes imprecisos, incluso dentro de su propia cartografía inconcreta. A muchos les hubiese gustado que Jesucristo ofreciese su doctrina como un código de leyes aplicables en cada circunstancia y no esta anchura de amor que todos se apropian según les convenga.
Tiempos recios también los de ahora en que se juzga sin benevolencia a un sacerdote en Cataluña por recordar que en la guerra civil del 36, curas, monjas y cristianos en general fueron blanco de negros pensamientos. A la arzobispa de Canterbury le llueven críticas de los propios anglicanos por insinuar la búsqueda de nuevos caminos.
Con el cardenal Parolin, papable por sus reconocidos méritos, se enfrentan los suyos y los nuestros por decir que la Iglesia ha de salir de las sacristías y denunciar todas las guerras… Para poner un poco de orden en tales desorientaciones, nuestro Presidente de Gobierno ha entrado en una iglesia con motivo del funeral de un correligionario. Seguro que ha intentado negociar con Dios para que le aprueben los presupuestos.
Pedro Villarejo