Sociedad y escándalo

24 de septiembre de 2025
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Desde la imprenta hasta las redes sociales, las innovaciones tecnológicas de la comunicación han conllevado detractores y apasionados. Sobre las redes sociales, el semiólogo italiano Umberto Eco, aunque reconocía el potencial del instrumento, llegó a decir que era similar a una legión de idiotas opinando sobre lo que no saben: “el drama del Internet es que ha promovido al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad”.

Lo importante no es saber sino opinar, decía, amén de que las redes facilitan la formación de manadas digitales que atacan, linchan, o difunden teorías sin sentido de manera coordinada, pero sin reflexión individual. El anonimato o la sensación de impunidad de atacar a desconocidos potencia este comportamiento.

Algunos de los cambios de comportamiento que privan hoy en día entre los meridanos pueden verse notablemente en estas redes, de las que parecen un subproducto. Los (1) nuevos imaginarios del cuerpo y de la autoimagen han trasladado el espectáculo del cine a la vida de todos, que tienen recompensas (likes) en cuanto comen, caminan, besan, duermen, despiertan, se sientan en el inodoro y realizan cualquier actividad que los haga enfermizos (o sea viralizables).

La (2) exacerbación de lo privado y en muchos casos de lo íntimo hace que los secretos de la alcoba se desgranen en público exhibiendo comportamientos sexuales líquidos y viscosos. En el caso de la política los escándalos de los personajes son quizás la única parte humana que los acerca al pueblo, aunque nuestro Andrés encontró otro modo más buenista para mostrarse sincero.

Además, (3) la corrupción del lenguaje privilegia los insultos, las vulgaridades, las rimas tontas y muletillas que mientras más chocan menos dicen, como hay testimonios de miles de canciones, poemitas ramplones y frases de autoayuda que han venido a suplantar las lecturas profundas de textos de más de un sujeto, verbo y predicado. En efecto, la lectura (4) esa práctica tan fundamental para el desarrollo del pensamiento ha hecho hasta de los libros reliquias preciosas en los museos del día de hoy.

El navegante de las redes se conduce con otros, a los que no conoce, sin respeto, con prepotencia y con todas las armas que da el anonimato y el insulto. En las redes no se ataca a las ideas, se ataca a las personas, egos contra egos, ejerciendo el descontrol de las emociones tales como la ira, el odio, el desprecio, traducidos en insultos muchas veces y acompañados con mensajes de la autopercepción inflada que nos provee de virtudes falsas. Las redes se han convertido en espacios desaforados, desbordados y transgresores donde nadie convoca a la mesura, el autocontrol, sino el abuso del poder individual.

No puedo decir que estos comportamientos sean efecto de las redes y la lógica del algoritmo viralizador. Ocurren simultáneamente con otros fenómenos que también inciden en el proceso: el deterioro de la educación formal, misma que no logró en ningún lado la creación de un hombre nuevo y la socialización familiar en crisis.

El nuevo navegante, que no ciudadano, no ha tenido tiempo para salir de la pobreza, comprender su lugar social, leer su pasado para fijar su destino, comprender qué hace aquí en medio de estos juguetes tecnológicos y cómo usarlos para su mejoramiento integral. Lo que sí, siente el poder de expresarse, de exhibirse, de agredir a los diferentes, de usar los beneficios de nuevos y placenteros consumos, drogas y substancias ilícitas, que convierten al más ignorante en un sujeto que participa en el gran mundo global.

Este nuevo ejército de personas reclama nuevas formas políticas. No le interesa el voto, cumplir sus obligaciones y ejercer derechos; le interesa envidiar, agredir y si se puede cosechar pedazos inmediatos de la mini ración de tiempo y paraíso que del gobierno y del mundo puede obtener. Desde luego, en esta caracterización hay hombres y mujeres con muchos matices, pero en lo general, con la misma espina dorsal. Y en ella está escrito que somos mortales. Total, qué más da.

Por su interés reproducimos este artículo de Irving Berlín Villafaña publicado en el Diario de YucatánSociedad y escándalo (2)

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