El 19 de diciembre llega a los cines Avatar: Fuego y Ceniza, la tercera entrega de la saga de James Cameron que vuelve a sumergirnos en Pandora, esta vez desde una herida abierta: la muerte de Neteyam. Ese punto de partida marca el tono emocional de la cinta, que explora cómo cada personaje afronta el dolor y cómo ese duelo se transforma en un mensaje universal. Sam Worthington y Bailey Bass, dos de las voces protagonistas, lo resumen con claridad: solo estaremos bien si bajamos las armas y decidimos hablar.
Bailey Bass, quien interpreta a Tsireya, explica que la película no rehúye los temas difíciles. Al contrario, los enfrenta de manera directa para recordar que, igual que en Pandora, cuando el conflicto se impone, “la vida se pone patas arriba”. La actriz confía en que el film anime a la audiencia a tener esas conversaciones que a menudo evitamos, porque el silencio y la violencia, como muestra la historia, solo generan más destrucción.
Trinity Bliss, la joven intérprete de Tuk, respalda esta idea insistiendo en que “la muerte solo trae más muerte”. Para ella, la cinta destaca precisamente por mostrar distintas formas de vivir el duelo, según la edad, el rol familiar o la cultura. El público, asegura, podrá verse reflejado en ese intento desesperado de mantener unida a la familia cuando todo parece romperse.
Sam Worthington profundiza incluso más en ese dolor. Su personaje, Jake, se enfrenta a un trauma que lo sacude por dentro. Tras perder a un hijo, teme que la historia se repita, y esa mezcla de responsabilidad y miedo lo lleva a proteger a Lo’ak con una dureza que no siempre sabe manejar. Stephen Lang, de vuelta como Quaritch, revela que su propio personaje también arrastra cicatrices, aunque las transforma en rabia. Ambos, curiosamente, muestran que incluso en cuerpos Na’vi, el sufrimiento nos vuelve más humanos, según Europa Press.
Si algo diferencia a Fuego y Ceniza de las entregas anteriores es su foco en la juventud. Bailey Bass señala que buena parte del conflicto nace de esa brecha generacional entre quienes desean proteger y quienes desean actuar. Los adultos intentan mantener a sus hijos lejos del peligro, mientras los jóvenes sienten la urgencia de luchar por lo que aman. Es un choque que habla de justicia, de identidad y de un deseo profundo de cuestionar las normas.
La cinta también explora cómo las nuevas generaciones pueden abrir caminos donde antes solo había límites. Tsireya y sus compañeros ponen en duda decisiones arraigadas, como el destierro del tulkun Payakan, mostrando una apertura mental que contrasta con la rigidez de sus mayores. Sin embargo, como recuerda Jack Champion, actor que da vida a Spider, no todos los jóvenes parten desde el mismo lugar: algunos, marcados por prejuicios o falta de autoridad, solo buscan pertenecer sin causar problemas.
En este contexto, la guerra se convierte en un catalizador. Puede unir pueblos que antes desconfiaban entre sí, pero también puede empujar a personas vulnerables hacia decisiones equivocadas. Fuego y Ceniza muestra ambos caminos sin adornos, recordando que el cambio nace tanto del dolor como del coraje.
Al final, la película entrega un mensaje que trasciende Pandora: solo cuando elegimos escuchar y dialogar es posible reconstruir lo que la violencia destruye. Y Worthington y Bass lo dicen sin rodeos: el futuro será mejor cuando bajemos las armas y nos atrevamos a hablar.