«Al gran pueblo argentino… ¿Salud?»

6 de junio de 2025
5 minutos de lectura
El Litoral
NICOLÁS PEISOJOICH

«Nada puede malir sal»- Homero Simpson

Uno termina pensando en que este maravilloso y ajetreado, nunca bien ponderado, y muchas veces difamado país, nunca va a tener paz. Uno puede pensar que no importa el color político, si tiene tendencias derechistas o izquierdistas, si está de uno u otro lugar, las cosas, inevitablemente, van a seguir estando mal. La historia se repite; la moda es circular; tropezarás con la misma piedra y cosas por el estilo; años más años menos, aquel que tenga el sartén por el mango, terminará borrando con el codo lo que los otros escribieron con la mano (inversa). Uno, que «busca lleno de esperanza el camino que los sueños…», termina pensando que cuando el creador creó este mundo, al llegar al hemisferio más sureño de las tierras de América, con sus extintas fuerzas de siete días de tareas impostergables, pensó: «Que sea lo que yo quiera, pero que sea responsabilidad de ellos». Lo agitó, miró el mapa y dijo: «Total… qué puede salir mal». Y acá estamos. Año 2025 de nuestro señor. Con otro grandilocuente señor que se cree el topo que come el estado por dentro.

La última semana, en este hermoso manicomio/shopping a cielo abierto, nos dejó otra postal digna de archivo: médicos residentes del Hospital Garrahan cobrando sueldos de indigencia, jubilados mendigando dignidad y un gobierno que se empeña en jugar al «anarcocapitalismo» como si esto fuera un simulador de Excel y no la vida real de latientes millones de personas que necesitan salud, educación y pagar las cuentas o los créditos de consumo con lo que se cobra. En definitiva, el Hospital Garrahan, emblema y ejemplo de la pediatría pública en Argentina, volvió a ser noticia. Y no porque hayan descubierto la cura para el dengue mutante versión 2025 all inclusive, sino porque los médicos residentes, esos mismos que duermen en sillas, que abrazan criaturas ajenas con amor y devoción, que te improvisan un respirador con cinta de embalar y dos pilas AA, muy a lo argentino eso de lo atamos con alambre, médicos que están cobrando sueldos que harían llorar a un monotributista categoría A.

Una vez visibilizado el justo reclamo, la caterva de imberbes del streaming oficialista, los tiktoker financiados del departamento de comunicación y el periodismo no ensobrado mega oficialista y obsecuente, lanzó toda la artillería pesada posible contra los médicos. Que «kukas», que «ñoquis», que «sindicalistas», que «un niño autista ultra K», y todo, pero absolutamente todo lo que está a su alcance para dañar. Todo lo que tienen a mano para ir contra argentinos que estudiaron ocho años para servir al prójimo en una profesión, que se sabe, es demandante y muy profesionalizada, que necesita tiempo y absoluta dedicación, además sabiendo todo lo que conlleva a nivel personal y psicológico tratar con niños (¡Sí, niños con una variedad enorme de patologías y enfermedades!), y siempre con la muerte a la vuelta de la esquina y el infinito dolor de las familias.

Médicos, que en su reclamo hicieron olvidar que lo que cobran solamente alcanzaría para 12 docenas de empanadas en la casa de comidas que compra Ricardo Darín, la víctima elegida hace unas semanas por decir que «todo está muy caro». Palabras que duelen. Actitudes que matan. Es el salario con el que pretenden que viva un profesional que hace guardias de 24 horas y tiene la responsabilidad de decidir entre la vida y la muerte de un pibe, de un bebé. Pero bueno, para el gobierno de Javier Milei, sus secretarios de comunicación, son sospechosos de «colectivismo hospitalario». Kukas, comunistas que visten de ambo y viven del Estado.

El presidente Milei, ese economista devenido en streamer, libertario acérrimo y fanático de la megalomanía del meme (el mismo que entre «digamos» y más «digamos» amedrenta verbalmente en un estudiado enojo exacerbado tirando datos incomprobables), sigue jugando a demoler todo lo que huela a Estado, apuntando ahora contra la salud pública. Y lo más jodido, contra la salud de los chicos. Así, las partidas presupuestarias para salud se ajustaron como calzoncillo viejo: hasta que no se rompa del todo, no se cambia. Se recortaron insumos, se suspenden obras y se congelan sueldos en un contexto inflacionario que ya es tradición nacional, todo en aras del déficit cero, y del dólar barato para que seamos el país más caro.

Pero ojo, Milei dice que el ajuste es necesario, porque «no hay plata». Como si el dinero se hubiera evaporado en una convención de ilusionistas liberales, de magos que hacen desaparecer millones de la nada (algo así como Libra). Como si los jubilados, los médicos y los docentes se fundieran solos en gastos superfluos; como si los hospitales se cayeran a pedazos porque a sus pacientes les encanta romper paredes, subirse y saltar en la cama; como si las rutas nacionales tuvieran un sistema de autogestión extraterrestre con el que se pueden arreglar solas y se reciclan para que usted, señor condutor, no tenga accidentes por su mal estado (y si tiene un accidente, jódase, aprenda a manejar). Pero nada importa, porque en la nueva narrativa oficial, si protestás por tener hambre es porque sos un parásito estatista; si te quejás por el sueldo, sos un comunista; si te juntás para protestar por las condiciones laborales, sos la peor calaña de la sociedad, o sos la mugre de la sociedad argentina, porque, lo sabemos, acá en la Argentina, todo lo que huele mal, es mierda K.

Ya que hablamos de salud, creo que lo más sano para hacer en este gran país que odiamos amar, sería empezar a gobernar en serio y con todos adentro. Y para eso, todo lo que se hizo bien, lo que funciona, debería potenciarse en los logros, sumar para no restar. El Hospital Garrahan es una institución que salva vidas y que es reconocida en toda Latinoamérica como ejemplo a seguir, no solo por la calidad de la atención y por su complejidad como institución de salud vanguardista, sino por el nivel humano y profesional de su plantel. Están criminalizando la protesta, y al parecer, ya no importa quién proteste. Puede ser el actor mas querido, la cantante más popular, el médico que le salvó la vida a tu hijo, o tu abuelo, ese que juntaba monedas para malcriarte. No todo es política y no todos somos conspirativos. Porque hay una constante nacional: la gente se muere y el gobierno dibuja una teoría conspirativa en Excel, como aquel que justifica la humedad en la pared diciendo que es arte rupestre o porque ve la figura de un santo.

Pero el show debe seguir, porque el show nunca debe parar. Uno piensa que los argentinos nos reímos para no llorar, y hay razón. Porque nada explica el nivel de fortaleza que hace que nos sigamos levantando cada día «para hacer la patria», como decían nuestros ancestros venidos de otras tierras. La resiliencia como motor de adaptación a las adversidades. Por la dignidad de seguir inflando el pecho y lagrimear cuando se escucha nuestro himno. Y por el humor, la mejor válvula de escape para ganarle a la miseria de corazón. «Qué suerte pa´la desgracia» decía Pepe Biondi, con la mejor cara de amigo y con la bondad de la mirada. Recuperemos el humanismo. Sigamos riéndonos de la desgracia, pero sabiendo que todo puede mejorar. Raúl Alfonsín dijo un diciembre, en los albores de la nueva democracia, una frase para la posteridad: «Con la democracia se come, se cura y se educa». Valores y principios que nuestros gobernantes no deberían olvidar jamás.

Fin.

*Por su interés, reproducimos este artículo escrito por Nicolás Peisojovich, publicado en El Litoral.

«Al gran pueblo argentino… ¿Salud?»

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