Reseñas de libros 01. ‘La cárcel y sus consecuencias’ de Jesús Valverde Molina

27 de septiembre de 2025
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Jesús Valverde Molina. | Fuente: La Nueva España.

​“La aceptación mecánica, sin controversia alguna, de la argumentación de los Equipos Técnicos de las prisiones impide la puesta en práctica de nuestra liberal legislación penitenciaria, que permitiría cumplir a muchos presos en ese régimen de libertad condicionada o de prisión en libertad que es el régimen abierto.”

​Estas bonitas palabras las escribió en su día Dña. Manuela Carmena, quien fue Jueza de Vigilancia Penitenciaria en Madrid, cuando escribió el prólogo a este maravilloso estudio realizado por el profesor Valverde y que fue uno de los primeros libros que yo leí en la cárcel.

La editorial Popular publicó este libro allá por los años 80, un trabajo de varios años, realizado dentro de las prisiones, un trabajo concienzudo, bien estructurado y con unas conclusiones que no pueden dejar indiferentes a nuestros políticos y a nuestros funcionarios de prisiones, pero que sin embargo, no solo fue silenciado, sino que como premio, al profesor Valverde y a su equipo se les vetó la entrada en las prisiones para seguir con sus estudios.

El libro, que es un trabajo de investigación, comienza, como no puede ser de otro modo, haciendo mención a los métodos utilizados en dicha investigación, aspectos necesarios de cualquier trabajo de investigación que se realice.

El capítulo 3, titulado Aspectos generales del internamiento penitenciario empieza a hacer sangre sobre el sistema, hablando sobre el predominio del régimen sobre la intervención (tratamiento), algo que la ley establece que debe ser al revés y concluye el profesor Valverde: “De alguna forma, podríamos decir que la Ley Orgánica General Penitenciaria está hecha de cara al exterior, para ser enseñada, como una herramienta política, mientras que el Reglamento Penitenciario está concebido para uso interno, para someter al recluso en la prisión. En este sentido, es por lo que la legislación española es claramente progresista, mientras que el reglamento, sobre todo en su aplicación, apenas ha avanzado en los últimos años.”

En este mismo capítulo, se habla de la estructura arquitectónica de la cárcel en general, y el profesor Valverde y su equipo acometen el estudio de la cantidad y la calidad del espacio en la cárcel. Con respecto a la cantidad de espacio, el profesor Valverde dice: “En cuanto a los aspectos cuantitativos del ambiente, existen profundas diferencias entre el “espacio existente” y el “espacio disponible”. Incluso en los centros más grandes, el espacio disponible para el preso es muy escaso y además tiene seriamente restringida su movilidad en él.”

Lo cual me recuerda los artículos publicados en la prensa cuando se inauguró la cárcel de Pamplona, la nueva. La única noticia, lo relevante, la negrita del texto de cabecera fue que los presos disfrutarían de piscina. Y lo peor es que la gente se lo cree. Se creen que, si yo estoy preso en esa cárcel y sale buen día, puedo coger la toalla, ponerme el bañador y las chanclas e ir a la piscina cuando yo quiera. Y eso no es así ni por asomo.

Y así lo dice también el profesor Valverde: “En cuanto al espacio dedicado a actividades, además de ser igualmente escaso, únicamente puede acceder a él en determinados momentos, si previamente lo solicita, si el funcionario de turno está disponible y dispuesto a llevarle, si está programada la actividad, si el monitor ha llegado, si hay monitor…”.

Efectivamente, el profesor Valverde había entrado en una cárcel y había observado pacientemente la realidad de cómo funciona el sistema de puertas adentro. En Estremera, cuando abrían la piscina, había que repartir el tiempo entre los 22 módulos que había. A nosotros nos tocaba los domingos de 11:30 a 13:00 horas, y punto. Y no siempre. Estábamos en manos de los carceleros.

Con respecto al espacio “personal” del preso, la celda, el profesor Valverde dice lo siguiente: “Otro aspecto aún más importante que el anterior, respecto de la cantidad de espacio, es el que se refiere a la habitación del preso, la “celda”, como se le conoce en el lenguaje formal de la prisión, o “el chabolo”, según el argot penitenciario y que, en mi opinión, es el término más adecuado para definirla.”

Y continúa diciendo: “En cuanto a las dimensiones, las celdas son casi siempre demasiado pequeñas, sobre todo tratándose de una institución total agresiva como es la cárcel, en la que el espacio personal es fundamental para mantener la cordura. Además, dado el hacinamiento de las cárceles, casi siempre el recluso ha de compartir su celda con otro u otros compañeros, independientemente de que haya sido diseñada para una sola persona, y ya con unos criterios muy limitados.”

​Otro ejemplo más de que la política criminal y la penitenciaria dentro de ella se confecciona pensando en los votos y no en que dichas políticas sean efectivas. Este libro se publicó hace cuarenta años, y hoy por hoy no creo que lo haya leído nadie de los que hoy en día ocupan un puesto en Instituciones penitenciarias o en el Ministerio del Interior.

Continúa el profesor Valverde hablando de los “chabolos”: “En consecuencia, tampoco en su celda puede estar solo, sino que se ve obligado a compartir hasta los más íntimos momentos de la vida diaria con otras personas que, por otra parte, no suelen pertenecer a su núcleo íntimo, porque no los elige él, sino que se los impone la institución.”

No todos hemos tenido la suerte que le cayó en gracia, esto es una ironía, al Sr. Urdangarín, cuando cumplió su condena en una cárcel de mujeres, la de Ávila, en un módulo de cuatro celdas, exclusivamente para él y para sus escoltas. Una celda servía como gimnasio, otra celda era su despacho, y lógicamente tenía ordenador, algo muy codiciado por los presos, y conexión con el exterior, y la otra celda era su dormitorio. La cuarta y última era la de los escoltas.

Por último y para terminar este primer capítulo dedicado al maravilloso libro del profesor Valverde, no puedo dejar de transcribir un pasaje que no puede dejar indiferente a nadie, bueno, a nadie que crea de verdad en que los derechos humanos son de aplicación también a los presos:

“Todo individuo necesita momentos de privacidad, de intimidad personal, de soledad, de un espacio que pueda no compartir en algunos momentos, que sea un espacio acogedor, personalizado, con el que se identifique, que le ofrezca serenidad y relajación, un espacio donde pueda soñar o llorar, pero a solas. Todo esto es mucho más importante en la cárcel, donde el recluso está sometido permanentemente a gran tensión. Sin embargo, en la gran mayoría de las ocasiones, la celda, que es en realidad la vivienda del preso, en anda se parece a un espacio que favorezca o que, al menos, permita esa personalización.”

Alfonso Pazos Fernández

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