Cuando murió Santa Teresa (supongo que con todos los santos de la época pasaría igual), cada uno se llevó de ella lo que pudo, menos las virtudes. Aficionados somos a las telas que tocaron, a pasar los rosarios por las tumbas preferidas, a buscar el modo de tener en casa para siempre las uñas o las trenzas de alguien que puede beneficiarme estando cerca. Franco mantuvo el brazo de Santa Teresa hasta después de muerto: su esposa la devolvió, tras muchas rogativas, a las descalzas de Ronda, sus legítimas dueñas.
Buscando la mejor manera para su conservación, han abierto la urna en Alba de Tormes donde “vive” el cuerpo momificado de la Reformadora Carmelita, lo que de él queda. Apuntan los especialistas, enviados por la autoridad competente, que las monjas recogían el polvillo que salía del arca, como se guarda el polen de una mariposa. ¡”Son también reliquias”!, exclamaron las carmelitas enardecidas.
Sería bueno pensar que los de la trama Koldo han repartido los billetes porque se trataban de reliquias capaces de bendecir la vida de cualquiera. Eso también han reconocido los fiscales al dejar en nueve meses de cárcel, es decir, en nada, al embajador en Venezuela que supo blanquear con su hijo millones de dólares. Ya digo: todos ellos coleccionan reliquias.
pedrouve