Como en todo en la vida, nada es blanco o negro, hay matices que son grises e incluso en los grises hay tonos. Si este juego de palabras lo llevamos a la famosa propuesta de reducción de la jornada laboral, hay empresas que cumplen a rajatabla con los derechos de sus trabajadores y entre ellos la jornada, y hay empresas que no cumplen ni los mínimos.
Todos sabemos casos directos o indirectos porque están en la calle y vemos al camarero que nos ha servido el café por la mañana que es el mismo que nos pone la ración de boquerones y la cerveza por la noche. Y si hemos tenido ganas y hemos ido a tapear a mediodía, resulta que también estaba el mismo. Yo suelo decirles que le pagarán muy bien o que será el hijo del dueño, que en ninguno de los casos justificaría que el muchacho esté echando más horas que un reloj parado, ellos —porque son muchos así—, siempre me responden con una sonrisa de resignación y una explicación: “Es lo que hay, lo coges o lo dejas”.
Hablo de este ejemplo porque casi es enternecedor el afán de la vicepresidenta y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, y el empeño que pone en rebajar la jornada laboral a la semana media hora y dejarla en 37,5 horas, a lo que por supuesto son partidarios los sindicatos y están muy en contra los empresarios, que han cuantificado incluso el coste de esta medida: 23.000 millones de euros.
De entrada, me parece bien rebajar la jornada laboral, como me parece una obligación conciliar familia y trabajo, y debería ser un objetivo para todos mejorar las condiciones laborales y su entorno y, claro, garantizar salarios dignos en cada actividad. ¿Y se cumple todo eso? ¿Se ayuda a conciliar? ¿Se ayuda a las familias con menos recursos? ¿Las condiciones de seguridad se garantizan? ¿Se facilita un entorno laboral agradable? ¿Se valora el esfuerzo? ¿Se pagan salarios dignos en todas las ocupaciones y se compensan las más sacrificadas?… Repito que hay empresas de chapó y que hay negocios de vergüenza.
El presidente de la patronal, Antonio Garamendi, está que trina por querer implantar las 37,5 horas semanales, habla del sacrificio económico que eso supone para los empresarios, que además de un problema de recursos lo es de organización por los turnos, asegura que el 25% de los más de 4.500 convenios colectivos actuales ya tienen menos de 37,5 horas y niega la mayor: que, a menos horas, mayor productividad.
Es decir, para los empresarios rebajar la jornada laboral no tiene ventajas, ni siquiera como incentivo o lo que se suele llamar ‘salario emocional’. No estoy de acuerdo en muchas de sus quejas, pero sí comparto la preocupación a que la rebaja de la jornada laboral suponga un daño en mayor medida a los autónomos y a las pequeñas empresas de menos de cinco trabajadores.
El esfuerzo del Gobierno por aumentar el salario mínimo interprofesional es probablemente el mayor logro del Yolanda Díaz y de este Ejecutivo y por ahí deben ir los tiros a corto, medio y largo plazo, por mejorar salarios para que los trabajadores puedan tener opciones de organizarse su vida para poder comprar o alquilar una vivienda e independizarse, o incluso para plantearse poder tener un hijo, y las ayudas de las que habla el Gobierno debe ser para controlar precios y mejorar la oferta. Ahora, ninguna de estas cosas es fácil para las nuevas generaciones.
La jornada laboral más corta está bien, pero garantice usted que se cumpla en negocios donde la actividad roza la esclavitud y garantice usted, Administración, que se pague mejor y se abuse menos. Lo demás son debates que no benefician por igual a todos los trabajadores en todos los sectores.