Las lecciones de Mujica

15 de mayo de 2025
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Pepe Mujica |EP

ROGELIO ALANIZ

José ‘Pepe’ Mujica (1935-2025) se tomó la licencia de anunciar su propia muerte. Lo hizo con la sobriedad, el coraje y la templanza que lo distinguían. Pidió que respeten sus últimos días porque hay un momento en que los guerreros dicen adiós y se impone el silencio. Vivió sus años con la intensidad de un héroe.

Tomó decisiones acertadas y equivocadas. En ese punto no se diferenció de nadie porque todos acertamos y erramos en esta vida, pero la diferencia que a él lo distingue es que en cada una de sus decisiones se jugó el cuero.

El guerrillero de Tupamaros fue leal a sus creencias, como también lo fue el presidente que llegó al gobierno prometiendo moderación y convivencia. Cambió, pero en lo que importa siempre fue el mismo.

Sus adversarios le reprochaban su pasado guerrillero. Él admitía ese reproche, les recordaba que su actual compromiso con la democracia era sincero, pero fiel a su estilo no se privaba de decir que efectivamente era verdad que alguna vez había asaltado bancos, pero a esas faltas las pagó con trece años de cárcel, una prisión en la prácticamente estuvo sepultado en una cueva.

Sin embargo, agregaba con su astucia campesina, «conozco muchos que han quebrado bancos, que han estafado a depositantes, que han saqueado recursos nacionales, y no estuvieron presos ni un fin de semana».

Pepe nunca renunció a transformar el mundo, por un camino o por otro, pero en una de sus últimas declaraciones admitió que había fracasado, un reconocimiento que reclama coraje moral porque son palabras dichas al pie de la tumba, cuando no hay razones para especular con honores o ventajas terrenales.

Su supuesto fracaso no lo tradujo en cinismo o en resignación. Hasta el último día apostó a la vida. Apostó a favor de la condición humana y apostó a la exigencia de vivir a la altura de los propios ideales.

No era ingenuo ni andaba por el mundo repartiendo sonrisas o consejos de autoayuda. Quería la vida, no ignoraba sus dificultades, sus dolores, sus tragedias, pero en todos los casos elegía vivir.

Mujica murió sintiéndose un hombre de izquierda, pero ese izquierdismo lo sostuvo protagonizando un colosal esfuerzo por otorgarle a esa izquierda los valores del pluralismo, la convivencia, la moderación y el sentido común.

No sé si lo logró o no, pero su esfuerzo fue sincero y audaz. Julio María Sanguinetti no lo soportaba al principio; no creía en su conversión y le fastidiaban sus modales, su lenguaje.

Finalmente terminaron escribiendo un libro juntos sin declinar sus diferencias, porque lo distintivo de Uruguay, a derecha e izquierda, es el rechazo a los extremismos de todo signo y la apuesta al diálogo.

Una anécdota personal me permito confiar. En una entrevista -allá por el año 2009- en el hall de un viejo hotel de la ruta, no muy lejos de Pando, le dije que Sanguinetti lo criticaba con dureza. Me miró con su estilo campechano, medio chinchudo, medio impaciente, medio sobrador.

Después, suspiro mediante, me preguntó: ¿Vos lo ves de vez en cuando a Sanguinetti? Le respondí que muy de vez en cuando. Entonces me dijo: «Si lo ves, decile de mi parte que me banque… sí… que me banque … como yo lo banco a él».

«Para mí sería muy fácil y me ganaría aplausos gratis a granel sacándole el cuero a Sanguinetti en las tribunas callejeras, pero no lo hago teniendo buenas razones para hacerlo, porque no quiero arrojar leña al fuego. Por el contrario, yo lo banco porque es importante para la democracia, e insistile a él de mi parte que también me banque, aunque no le guste como me visto o como hablo».

Importa hablar de Mujica en la Argentina, sobre todo si nos importa el pluralismo, la convivencia, los valores y la decencia personal. Lo que digo de Mujica vale para el propio Sanguinetti, para Luis Alberto Lacalle o Tabaré Vázquez.

La pregunta que los argentinos nos hacemos con insistencia es la siguiente: ¿Por qué en Uruguay los presidentes de los más diversos partidos conversan entre ellos, se hacen presentes en los actos públicos y aquí en Argentina ese diálogo, ese testimonio de convivencia es imposible pensarlo?

¿Por qué en Uruguay la alternancia no significa crisis, rupturas institucionales, amenazas de helicópteros, además de insultos, agravios y otras menudencias?

La respuesta si se quiere es sencilla: en Uruguay la derecha no es extremista y la izquierda tampoco; los partidos compiten por ganar el centro del escenario político y si bien esas competencias suelen ser aguerridas, incluso duras, nadie es considerado enemigo; en los horas importantes Uruguay está unido y esa unidad la expresan sus ex presidentes sentados en el mismo palco.

Murió Mujica y la mayoría de los dirigentes políticos argentinos -y los de América Latina- expresaron sus condolencias por el político austero, decente y leal a sus convicciones.

La excepción, como era de prever, la dieron los seguidores incondicionales de Javier Milei. El «célebre» Gordo Dan, por ejemplo, escribió una de esas consignas que se escriben en el campo de batalla, en una trinchera, a la hora de apuntar a un enemigo y dar en el blanco e incluso en una sala de torturas: «Uno menos», dijo.

Agustín Laje se expresó en términos parecidos. Estos energúmenos son los distinguidos intelectuales orgánicos de La Libertad Avanza.

En Uruguay, Sanguinetti recordó el último abrazo con Mujica y destacó puntualmente su presencia en la sede del Partido Colorado cuando celebró los cuarenta años de democracia.

Y Luis Lacalle Pou también manifestó sus condolencias, su respeto por la personalidad política del muerto y hasta dirigió palabras de afecto a su esposa Lucía Topolansky. Laje, el gordo Dan, y seguramente Milei, no piensan ni dicen lo mismo.

Sería imprudente adelantar el resultado de las elecciones en la ciudad de Buenos Aires, previstas para este domingo, pero no es exagerado decir que las relaciones de Mauricio Macri con Milei se han roto y daría la impresión que esa ruptura no tiene arreglo o no tiene retorno.

Dos partidos -PRO y La Libertad Avanza- que mantienen coincidencias estratégicas, pero disputan el mismo electorado y están dispuestos a sostener su identidad política, están condenados a enfrentarse incluso de manera impiadosa.

Después están las refriegas domésticas. En este punto nadie puede exhibir aureola de santo. Macri le soltó la mano a Horacio Rodriguez Larreta para apoyar a Patricia Bullrich; luego, en plena campaña electoral empezó a ponderar a Milei y después prestó su casa para la célebre reunión de Acassuso que provocó, entre otras cosas, el pasaje de Patricia a las filas de Milei.

El pasaje y luego el esquinazo, mientras Macri apreciaba en Olivos las virtudes de las milanesas fritadas por la dulce Karina. Macri hoy deambula por la política con cara de haber sido traicionado por todos, aunque no faltan los que le reprochan que él en su momento se comportó del mismo modo. Menudencias de la política.

Ahora la estrategia de Milei para la provincia de Buenos Aires es el acuerdo con el PRO. Mejor dicho, con los dirigentes del PRO, entre otros Diego Santilli y Cristian Ritondo, porque el oficio de tránsfuga ha adquirido en estos tiempos honorable respetabilidad.

Macri afuera y el sello del PRO con serias posibilidades de retirarse a cuarteles de invierno.

*Por su interés, reproducimos este artículo escrito por Rogelio Alaniz, publicado en El Litoral.

Las lecciones de Mujica

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