Mario Vargas Llosa, del puño al parnaso

1 de mayo de 2025
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Vargas Llosa |EP
OLEGARIO M. MOGUEL BERNAL

Una tarde de febrero de 1976, el fotógrafo Rodrigo Moya captó una de las imágenes más icónicas en la historia de la literatura hispanoamericana. No fue un libro o una escena literaria. Gabriel García Márquez, famoso pero aún no Nobel, exhibía en la foto de Moya el ojo izquierdo morado, producto de un puñetazo que le propinó su colega Mario Vargas Llosa, en Ciudad de México.

La historia es de sobra conocida. Ambos coincidieron afuera de un cine para ver un filme de los sobrevivientes de los Andes. Vargas Llosa le reclamó al colombiano aparentemente por un incidente ocurrido un año antes en Madrid, donde estuvieron involucrados Gabo y otras personas, entre ellas Patricia Llosa, quien para entonces estaba separada del peruano.

Se conocieron en 1967, en Caracas. García Márquez, con 40 años, había lanzado su obra cumbre, “Cien años de soledad”, y Vargas Llosa, de 31, era ya un novelista aclamado por la crítica. El incidente en Ciudad de México marcó una separación cuyas verdaderas razones se llevó a la tumba el colombiano. Y, el domingo pasado, el peruano. El incidente marcó el inicio de una especie de competencia inane entre los cultores de un escritor y otro.

En toda Latinoamérica, desde los años sesentas y hasta la actualidad, ha habido una pugna estéril por tratar de definir qué novelista es mejor. La Academia Sueca emparejó los cartones, digámoslo así, en 2010, al otorgar a Vargas Llosa el Premio Nobel de Literatura, que había concedido al colombiano en 1982.

Los novelistas lucharon en otro campo de batalla: el de su influencia en el Boom Latinoamericano y en cómo ambos fueron los detonadores para que este género, o familia de textos como también se le ha llamado, se popularizara en el continente y allende el mar.

Si bien el Boom ya tenía vida propia, tuvo abrupto florecimiento con la publicación de “Cien años de soledad”, en 1967. La novela del colombiano revolucionó el mundo literario. Años antes, en 1962, un joven peruano de sólo 26 años asombró al planeta lector al lanzar su primera novela, “La ciudad y los perros”, que le valió el premio Biblioteca Breve y lo catapultó de inmediato como una figura a la que había que voltear a ver desde todos los continentes.

Voltearlo a ver, sí, no sólo a él, sino a la región de donde procedía, ese complejo, alegre y sufrido subcontinente que es América Latina.

El Boom le mostró Latinoamérica al mundo, no en un mapa ni como un sitio pintoresco y atrasado, sino como un lugar maravilloso donde todo puede convertirse en realidad y donde ocurre todo y nada al mismo tiempo. Un subcontinente a la vez vibrante que pantanoso, alegre y melancólico, feliz y entristecido. Décadas después de aquel canto donde Neruda apostilló a la amada, en su poema XV, “…y te pareces a la palabra melancolía”, los novelistas del Boom describieron esa melancolía latinoamericana con su narrativa, y la acompañaron de ritmo, sueños y provincianismo.

El Boom “ofreció una nueva mirada, vibrante y crítica sobre América Latina, en un momento en que la novela europea mostraba signos de agotamiento”, señala Gilda Waldman, en interesante cartografía que hace de la literatura latinoamericana.

Es en este palpitante ambiente literario donde, en 1962, salta a la palestra un joven de 26 años con una obra que plasma en toda su claridad y apertura el comportamiento y la cotidianidad de la vida juvenil latinoamericana, en su caso en el Perú. Mario Vargas Llosa asombra a la crítica con su primera novela, que muestra una escritura no lineal, con la que más tarde muchos autores experimentarán.

Lo que habían sido las “rue” parisienses que el mundo conocía por Balzac, Víctor Hugo y Flaubert, los guisos en las ventas españolas que se conocen por Cervantes, y las costumbres que se han leído en las obras de Calderón de la Barca y Fernando de Rojas, ahora son las descripciones de las calles de Lima, los guisos y ceviches de esa región y las costumbres de los muchachos comunes y de diferentes niveles socioeconómicos y socioculturales que coinciden en las aulas del microcosmos que es el colegio militar Leoncio Prado.

Son jóvenes como cualquiera que los lee, que se enamoran y se pelean, y se divierten y hacen travesuras y desfogan sus instintos de maneras repugnantes, realistas y apegadas a lo que el pueblo común conoce.

Narraciones como esas podrán ser vistas hoy con normalidad, pero en la primera mitad de los años sesentas marcaron un parteaguas respecto de lo que el lector de antes leía. Este lector se percató que no sólo temas harto culturales, líricos o épicos eran dignos de ser narrados, sino también la cotidianidad y la magia latinoamericanas.

“La ciudad y los perros” hizo una radiografía del comportamiento de los jóvenes del Leoncio Prado y con ello de los jóvenes del Perú y de toda América Latina. La obra de Vargas Llosa escucha y expone la vida de la gente común, los de a pie, los que sigilosamente construyen las naciones y también las sufren, los que viven el día a día desde sus simples trincheras en la cotidianidad.

La novela le valió al imberbe Vargas Llosa el premio Biblioteca Breve, no poca cosa. Ese galardón, que hoy es histórico, era y sigue siendo uno de los más prestigiosos en lengua española. Fue instituido en 1958 por Carlos Barral, de la editorial Seix Barral.

Haberlo ganado un novelista joven y, por añadidura, no español significó un elemento más para que el Viejo Continente volteara los ojos a América Latina y catapultara el Boom.

Podemos entender el modo de pensar, trabajar, analizar y escribir del peruano gracias a infinidad de documentos que quedaron escritos y videograbados, uno de ellos, si no el más completo, el más entrañable, es el espléndido documento literario, político, creativo e inteligentísimo que es su discurso (de 57 minutos) en la recepción que se le ofreció al ganar el Nobel de Literatura, en 2010. Se puede hallar con facilidad en YouTube.

Vargas Llosa no se fue. Como no lo hicieron Víctor Hugo, Gabo, Rulfo, Cervantes y Homero. Lo seguiremos leyendo, como a esos grandes, que hicieron un espacio al peruano en su parnaso.

*Por su interés reproducimos este artículo de Olegario M. Moguel Bernal publicado en Diario de Yucatán.

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