La reina Letizia, de 53 años, mantiene una relación cercana con la cultura. Quienes siguen la crónica real saben que su interés por las artes no es nuevo. Sin embargo, pocos conocen la intensidad con la que busca momentos de disfrute personal lejos de la atención pública. En Madrid, su lugar predilecto es el Teatro Real. Allí, entre butacas y escenario, puede dejar de lado la corona y simplemente ser espectadora.
Gregorio Marañón Beltrán de Lis, presidente del coliseo madrileño, ha confirmado recientemente que la Reina acude con frecuencia al teatro de incógnito. Según sus palabras, Letizia visita el Real solo por su propio placer cultural y artístico. Nada de palcos oficiales ni flashes: un gesto sencillo que refleja su pasión genuina por la música y la ópera. Quienes la han visto coinciden en que su presencia pasa desapercibida, pero no su entusiasmo. Se dice que incluso llega a estudiar los libretos antes de las funciones, mostrando un respeto y preparación poco habituales.
Desde sus tiempos de prometida, cuando acompañó a Felipe VI a conciertos previos a su boda, Letizia ha mantenido este vínculo con el Teatro Real. Años después, su discreción sigue intacta. Los avisos llegan al personal del teatro con pocas horas de antelación, garantizando privacidad absoluta. Para ella, el teatro se ha convertido en un refugio donde las emociones no se miden en titulares, sino en la música y la interpretación, según ha publicado Lecturas.
Pero su interés por el arte no se limita a la ópera. La Reina disfruta también de cine independiente y danza contemporánea. Es habitual verla en salas como los cines Ideal o Renoir, donde incluso repite sesiones para sumergirse completamente en la experiencia. Su pasión cultural está integrada a su vida cotidiana, lejos de la exposición mediática que acompaña cada uno de sus movimientos oficiales.
En el Teatro Real, su presencia constante, aunque discreta, ha contribuido a reforzar la relevancia social del coliseo. Marañón reconoce que la Reina tiene gustos muy definidos y que su visita frecuente es un reflejo de auténtico disfrute. Para muchos asistentes, descubrir a Letizia entre el público es una anécdota memorable. Para ella, quizá, es solo una manera de seguir siendo ella misma, entre acordes de Mozart, Gluck o incluso versos de Lorca, mientras la ciudad y la monarquía observan desde la distancia.
En un país donde cada gesto de la realeza es analizado, estos momentos revelan otra faceta de Letizia: la de la amante del arte que busca su espacio de intimidad cultural, recordándonos que, detrás del protocolo, también hay pasión y disfrute personal.