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La ‘madrileñización’ del 28-M

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Cartel de la CEDA, Gil-Robles, elecciones de 1936. Puerta del Sol. | Fuente: Fuentes Informadas

Más que una ‘nacionalización’ de las elecciones del domingo en doce comunidades autónomas, una ciudad autónoma, 8.131 ayuntamientos, 92 alcaldes en municipios de concejo abierto y 157 consejeros de cabildos insulares, lo que parece haberse producido es una ‘madrileñización’. En otras palabras, unas elecciones a las que la candidata a la presidencia regional, Isabel Díaz Ayuso, acude compitiendo con sus rivales, pero también con los dirigentes de su propio partido. A estas horas uno de los “grandes” temas que son objeto de susurro en el cuartel general de Génova, aquel que Pablo Casado y Teodoro García Egea querían vender para acabar con los espectros de Luis Bárcenas y Francisco Gürtel Correa, es quiénes se subirán al balcón de la victoria con Díaz Ayuso y José Luis Martínez Almeida.

Se ha acabado la publicación oficial de encuestas pero no las encuestas que la dirección adicta de los partidos consume ansiosamente en los días que desembocan en el 28-M. Los múltiples sondeos, como dice un político valenciano, son equivalentes a los actos públicos de los partidos, es decir, sirven para trasladar a los feligreses de los distintos medios de comunicación un estado de ánimo, intentando provocar su movilización ante la incertidumbre de unos resultados muy ajustados. Muy reñidos.

La “madrileñización” ha consistido en erigir a través de la figura de Díaz Ayuso los parabienes de una economía capitalista neoliberal, de la rebaja de impuestos para animar a los empresarios, la defensa irrenunciable de la propiedad privada y de la libertad de mercado, la negación de la existencia de una anticuada lucha de clases, la denuncia de la idea de justicia social, la necesidad de acabar con el comunismo y el marxismo, y la pertinencia de ilegalizar a coaliciones como EH-Bildu. Para todo esto la candidata madrileña ha solicitado un cheque en blanco. Si se hace una rápida búsqueda en la hemeroteca de discursos parecidos no será difícil encontrar textos de factura similar en la Europa de los años veinte y treinta del siglo pasado.

Pero si se puede entender que dichas propuestas sean capaces de atraer a grandes sectores de votantes en épocas de crisis económica, graves tasas de desocupación, hiperinflación, amenazas a la propiedad privada, caída de los beneficios empresariales, aumentos salariales desbocados, bancarrota financiera del Estado, ¿cómo explicar que también constituyan un imán en España en este preciso momento, en el que no se reúnen las condiciones apuntadas?

Isabel Díaz Ayuso y su equipo, liderado por su director de gabinete, Miguel Ángel Rodríguez, por un lado, y Vox, por el otro, han conseguido hacer calar esas condiciones “como si” existieran.

En la España del “como si”, donde según dicen, la propiedad privada está en peligro, la solución tiene que ser radical: dadme la mayoría absoluta. Eso decía el exministro y dirigente de la CEDA José María Gil-Robles en las elecciones de 1936. “Dadme la mayoría absoluta y os daré una España grande”. Eso reza el cartel electoral con la efigie de Gil Robles que lucía encima del edificio de la cafetería y pastelería La Mallorquina en la Puerta del Sol en aquellos días.

En amplios círculos de clase media, pequeños propietarios, burgueses y pequeñoburgueses, una importante parte de funcionarios de la administración, militares, jueces y fiscales, se ha consolidado en Madrid el mensaje de que la candidata a presidenta regional defiende sus intereses personales. También se suman a ellos gente de clase media baja y autónomos. No calculan ni comparan cuánto bajan sus impuestos realmente.

El mensaje, que enraizó en esas capas sociales durante la pandemia y que permitió a la candidata ganarse al sector de la hostelería, lejos de ser pasajero se ha fortalecido.

Díaz Ayuso se encuentra en una situación similar a la de mayo de 2020. Entonces convocó elecciones -sin necesidad ya que tenía un mandato de cuatro años y en Madrid las nuevas elecciones se hacen para completarlo- con el fin de desembarazarse de Ciudadanos y hacer lo que le diera la gana -esas ganas que presiden sus carteles- con una mayoría absoluta o, en su defecto, con el apoyo de Vox.

. No obtuvo esa mayoría absoluta, y, por ello, viene a decir ahora, no pudo dar a los madrileños esa España grande que prometía. Y vuelve a intentarlo con la esperanza de mermar los votos de Vox – tras asumir su programa- y aprovechar la debilidad de Unidas Podemos para dejarla fuera de la asamblea regional.

La clave: sin complejos. Esa idea de José María Aznar: actuar sin complejos. Así como fue la primera en respaldar el pacto para la entrada de Vox en el gobierno de Castilla León en marzo de 2022, ahora en Madrid les dice Díaz Ayuso a los votantes de esta fuerza: ya habéis conseguido que asuma gran parte de vuestro programa (hasta ha puesto un signo igual entre los insultos y silbidos al rey en los partidos de fútbol y las agresiones verbales racistas contra Vinícius Jr. en Mestalla) y por eso me tenéis que votar, para conseguir un gobierno fuerte.

Entonces, en las elecciones de 2020, no teníamos una ley de vivienda, que Díaz Ayuso ha expuesto como prueba adicional de los peligros que presuntamente representa la coalición de izquierda que preside Pedro Sánchez, explotando los temores que grandes, pequeños y medianos propietarios sienten ante la limitación de los precios del alquiler y las mayores dificultades para recuperar sus viviendas en caso de impago.

¿Puede este sector, que seguramente ya votaba al PP con anterioridad, participar más entusiastamente en la movilización contra Pedro Sánchez? Es posible.

Una victoria absoluta de Isabel Díaz Ayuso en Madrid supondría que la demonización de Pedro Sánchez como el “enemigo de España” – Aznar ha sido nombrado “jefe de demolición” en esta campaña para resucitar el lema de que España se rompe constitucionalmente- avanza y convierte la capital en el trampolín para las elecciones generales de diciembre de 2023.

Campaña que, en cualquier caso, no cesará con los resultados del próximo domingo.

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