José Eladio Camacho
No todo guarda la debida distancia. No importa el tiempo que llevemos en la nave, algunas cosas nos siguen conmoviendo. Nos golpean inesperadamente en el momento más inoportuno. Nos hiere como palabra en dardo lanzada a destiempo. Tan innecesaria como un inmerecido elogio.
Detenida en el umbral del sótano carcelario encontré una niña perdida. Su apariencia infantil me compiló a preguntarle su edad. Sólo 18 años, y de ellos me temo que muchos apenas la habían rozado. Su aspecto era de una chica de instituto, solo que ella venía de lugares menos habitables. Sostenía la mirada sin ningún tipo de emoción o afecto.
Como si su mente hubiera quedado al otro lado de las rejas. Se intuía que su casa había sido deshabitada hacía tiempo, desmontada de tal forma que ya a nadie se espera. Se tiene la impresión que su lectura de derechos le es tan ajena y lejana como una patera a la deriva. Que fuera de lo que se ve nada queda.
Sabe que pronto quedará libre para colocarse otras cadenas. Algún día, salvo que lo impida algún confuso dios, volverá transformada en otra que habrá devorado para siempre a la que hoy todavía se esboza.