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La fiscalidad, un campo de batalla

Daniel Gómez-Fontecha

Una de las consignas políticas que más controversia y debate genera es la fiscalidad. Gestionar el tesoro del reino siempre ha sido una ardua tarea para todos los gobernantes de la historia, tanto, que, muchas veces, aquellos maravedíes que sustentaban a la Corona podían convertirse en su mayor pesadilla.

En el siglo XXI, si bien ya no se discuten devaluaciones –afortunadamente para todos– la cuestión impositiva no deja de ser la piedra clave sobre la que se sigue sustentando el Estado.

Es por ello por lo que los dos grandes partidos ponen todos sus esfuerzos para que su idea logre calar en la sociedad y posteriormente, se termine reflejando en las encuestas del día siguiente. Aspecto que, guste o no, parece que es lo único que importa últimamente en la política española. Comienza así la batalla cultural.

Espadas en alto y en guardia, ambos postulan sus mejores argumentarios con sus mejores espadachines con el fin de poder ganar el debate.

El Gobierno, encabezado por la ministra de Hacienda, sostiene la tan ansiada y amada por algunos “armonización fiscal” para las comunidades autónomas. Un movimiento ofensivo que, si bien para ciertos sectores puede sonar bien porque desactivaría políticas fiscales del rival, no deja de ser un eufemismo barato para no decir claramente que quieren subir los impuestos. ¿Recuerdan aquello de sustitución en lugar de destitución? Pues eso, como diría aquel.

Tras esto, miembros del keynesianismo mediático todavía se extrañan cuando Ayuso arrasa cual caballo blanco inmaculado en Madrid al defender a capa y espada su modelo de fiscalidad frente a un burdo ataque centralista y estatista. Parece que no son conscientes de que cada vez que un miembro del Gobierno o alguno de sus socios pronuncia la palabra “dumping fiscal” en alguna declaración, la presidenta madrileña continúa sumando votos para llegar o superar la mayoría absoluta.

Ante estos argumentos, como es natural, el señor Feijoó y los conservadores responden defendiendo una bajada de impuestos – al menos, de momento-. En este ámbito, parece que el gallego está logrando hacerse con el liderato, pero como todo padawan en La guerra de las galaxias, a la hora de hablar paralelamente de una bajada en el gasto público, las dudas, los titubeos y el miedo a los ataques posteriores de los rivales políticos aparecen cual petición de tablas en una partida de ajedrez cuando de repente te ves acorralado por la dama y ambas torres.

Esas dudas son las que el oficialismo continúa aprovechando para pasarse un rato al bando contrario y apropiarse de medidas fiscales a fin de no acabar sobrepasado por la opinión pública. El último caso ocurrió hace tan solo unos pocos días, cuando, a bombo y platillo y tras rebelión abierta de ciertos compañeros, anunciaron nuevas medidas fiscales. Se bajaron impuestos a la población más necesitada- algo justo y necesario– pero se sigue invitando a los ricos a irse a Andorra cada mañana y la clase media, mejor la dejamos para otro momento. Golpe mortal.

Aquellos países más libres económicamente, los que alivian las cargas fiscales a las empresas, los que quitan burocracia en lugar de añadirla, los que permiten que las clases medias trabajen y vivan tranquilamente y los que tienen un sector privado fuerte y sólido son los modelos en los que España debe fijarse si quiere crecer económicamente.

Por ello, si el señor Feijóo sigue renunciando a presentar batalla cultural, lo que está haciendo, más allá de dar oxígeno a Pedro Sánchez, es allanar el camino para que el fenómeno Ayuso continúe creciendo -tanto internamente o a nivel nacional- y que VOX siga a galope su estela esperando su oportunidad.

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