Parábola del Hijo Pródigo

14 de abril de 2025
4 minutos de lectura
Parábola del Hijo Pródigo
Una imagen de ‘Yo soy Sam’. /Cordon Press

FRANCISCO GERARDO BARROSO TANOIRA

Tuvimos esta bellísima lectura el pasado domingo 30 de marzo (Lucas 15, 11-32). En pocas palabras, se narra la historia de un hijo que pide a su padre lo que le corresponde de herencia. Éste se la da, y con dichos recursos, ese hijo se fue a un país lejano en donde gastó todo lo que llevaba.

Pasó necesidad, es decir, tocó fondo. Quiso tomar las bellotas con que le encargaron alimentar cerdos (lo que indica que el fondo fue profundo, ya que para los judíos el cerdo es un animal impuro), pero no le permitían. Decidió regresar con su padre en calidad de siervo, al decirle que había pecado contra el Cielo y contra él, por lo que no merecía llamarse su hijo. Sin embargo, al verlo el padre el regocijo fue tan grande que decidió hacer una fiesta, considerando que su hijo estaba perdido, y lo había recuperado. El hermano mayor, al regresar del campo, vio la fiesta y preguntó a uno de los trabajadores, quien le dijo que el hermano había regresado y que por eso era el festejo. No quiso entrar, por lo que el padre salió a invitarlo. El otro hijo estaba perdido y lo habían recuperado… estaba muerto y había regresado a la vida.

Es, sin duda, una parábola que invita a muchas reflexiones. Probablemente se podrían hacer varios libros con ella. De hecho, en un retiro religioso escuché que el sacerdote que predicaba mencionó que, en lugar de la parábola del hijo pródigo, debería llamarse “Parábola del padre misericordioso”.

Y tiene razón, puesto que el mensaje principal es la misericordia del Padre (Dios, en este caso) y su correspondiente disposición a perdonar, sin importar los pecados del hijo pródigo ni el reclamo del otro hijo, al que llamaré “el hijo obediente”. Y ese ejemplo de perdón también nos toca a nosotros.

Hasta aquí, querido lector o lectora, todo lo que siempre hemos comentado sobre esta historia.

El principal análisis va hacia el hijo que se va y viene, y el padre que lo recibe. Se le considera arrepentido y humilde, por lo que hay alegría en el lector al ver el desenlace por ese lado. Sin embargo, creo que se puede hacer un mayor análisis de lo que sucedió con el hijo que siempre había estado con el padre, a quien se le tacha de soberbio, de enfadado con su hermano, egoísta y dado al reclamo. ¡La ley por encima del amor! Probablemente hemos sido injustos con él, pues veo una actitud muy humana, que puede pasarle a usted y a mí. Imagine que después de muchos años de trabajo arduo y de fidelidad a su empresa, viene alguien a ocupar un puesto superior al que usted tiene, teniendo usted las cualidades, y a usted ni le tomaron en cuenta. ¿No se enojaría o, cuando menos, se cuestionaría sobre qué tanto la empresa le valora y si vale la pena permanecer en ella? ¿Por qué el padre no envió a un trabajador a avisarle que habría una fiesta por el regreso del hermano? Eso habría sido una cortesía por parte del padre, pero tampoco se menciona eso.

La historia tampoco dice qué sucedió luego. ¿Qué tal si el hijo pródigo, con todo y la fiesta, decide volver a irse, sabiendo que su padre siempre le perdonaría? Eso sería una actitud irresponsable por parte de ese hijo. ¿Y qué tal si el hijo mayor, luego de reflexionar, decide entrar gustosamente a la fiesta? Entonces pasaría de villano a héroe de humildad y comprensión, pero tampoco se toca ese punto en las reflexiones. El corazón humano cambia y puede hacerlo intempestivamente?

Creo que el mensaje principal del diálogo entre el padre y el hijo obediente es que el padre pide a ese hijo total confianza. No tenía que pedir permiso para hacer la fiesta, por lo que invita a ese hijo a confiar en las decisiones que, como padre, toma.

Hizo la fiesta… ¿y qué? Es como que implícitamente le dijera: “Confía en mí, que yo sé por qué lo hago. Sigue disfrutando de todo lo mío, que es tuyo también”.

En esa escena podemos vernos representados, pues podría darse el caso de que reclamáramos a Dios cuando las cosas no salen como esperamos, sin reconocer que Él tiene su forma de actuar y sus tiempos son perfectos. Nos hace falta humildad para aceptar lo que él hace.

La actitud del hijo pródigo se nos puede hacer escandalosa, pero sin darnos cuenta, actuamos como el hijo obediente. Nos queda imitar al padre de la parábola en cuanto a comprensión a los demás, perdón y el deseo de un mundo mejor, basado en el amor.

Recordando la pintura “El regreso del hijo pródigo”, de Rembrandt, pintado en 1669, las manos del padre representado allí son diferentes: una es de hombre (significa la fuerza, la autoridad) y la otra es fina, como de mujer (representando la compasión, la delicadeza, la misericordia y la ternura). Esto indica que en ocasiones habrá que usar la fuerza, pero en otras la misericordia y el perdón. La sabiduría es saber cuál usar en un momento específico, debiendo prevalecer la misericordia y el perdón, como muestra la parábola. El perdón nos libera… nos quita estrés… pero, lo más importante, reconoce la dignidad del otro y reafirma la nuestra. Cuando usted se molesta con alguien y no perdona, es la otra persona quien le tiene a usted en sus manos. Perdonemos y seamos comprensivos con los que nos rodean para lograr una sociedad mejor.

¿Qué le parece?

FCA-UADY. [email protected] om.mx

*Por su interés, reproducimos este artículo escrito por Francisco Gerardo Barroso, publicado en Diario de Yucatán.

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