Cuando niña, Fina de Calderón sufrió de parálisis infantil y se quedó toda la vida con la desproporción de las alturas. Me contaba (puede que me repita) que ese día se puso triste al ver cómo le llevaron a casa muletas nuevas para que aprendiera a caminar con ellas. Federico García Lorca, amigo de la familia, quiso animarla jugando con el artilugio como si fueran escaleras para subir al cielo. En un descansillo del juego, Fina le preguntó a Federico si las gomas que tienen las muletas en las puntas son gomas de borrar los pasos. El poeta se puso triste un instante y comenzó a temblar: “Los pasos que se dan nunca pueden borrarse”…
En los años 70 de Veraluz, el maestro dejaba sin recreo a los niños que le robaban a su compañero la goma de borrar. A la segunda goma, los padres tendrían conocimiento y, si insistiera en el robo con la tercera, el ladronzuelo salía definitivamente de esa escuela y era señalado por todos como persona peligrosa ante lo ajeno.
Aquí nos están quitando las gomas, los lapiceros, el estuche y hasta la posibilidad de quejarnos taponando la voluntad. Y lo peor es que están elaborando leyes para borrar pasos, los suyos. Y aquí paz y después gloria. Las dictaduras así. Así la vida.