La polémica comenzó el 1 de diciembre, cuando la Casa Blanca publicó un video en X bajo la administración de Donald Trump. El clip mostraba detenciones de personas de aparente origen latino y utilizaba la canción Juno, de Sabrina Carpenter. El mensaje “Have you ever tried this one?” acompañaba las imágenes y buscaba un tono viral. No era la primera vez que el gobierno recurría a música de artistas reconocidos para campañas de este tipo, pues ya había usado canciones de Taylor Swift. Aun así, esta vez la respuesta llegó rápido y con fuerza.
Al día siguiente, el 2 de diciembre, Sabrina Carpenter respondió directamente desde su cuenta oficial. Su mensaje fue breve, firme y cargado de indignación. Calificó el video como “malvado y repugnante”, dejando claro que no quería que su música se usara para “beneficiar una agenda inhumana”. Sus palabras reflejaban no solo un rechazo estético o de derechos de autor, sino un posicionamiento ético: la artista no quería que su trabajo se asociara con imágenes que criminalizan a comunidades vulnerables o fomentan el miedo hacia quienes buscan oportunidades en Estados Unidos.
La reacción de Carpenter resonó entre sus seguidores, quienes rápidamente amplificaron su mensaje. Muchos usuarios aplaudieron que la cantante se pronunciara, mientras otros criticaron la estrategia de la Casa Blanca por manipular contenido artístico para justificar políticas agresivas. El debate se extendió más allá del mundo del entretenimiento, alcanzando a periodistas, activistas y expertos en comunicación política, según La Vanguardia MX.
Lejos de intentar rebajar la tensión, la Casa Blanca optó por endurecer su postura. Abigail Jackson, portavoz del gobierno, afirmó que no retirarían el video ni ofrecerían disculpas. Su respuesta, repleta de referencias al trabajo de Carpenter, fue percibida como una provocación directa: justificó el uso del tema en nombre de la “seguridad nacional” y utilizó un lenguaje agresivo para desacreditar a quienes criticaban la campaña.
Este intercambio evidenció una vez más la tensión entre política y cultura pop, un terreno donde la música puede ser usada como herramienta propagandística sin consentimiento de sus creadores. Carpenter dejó claro que no permitirá que su obra sea utilizada para promover discursos de odio o políticas que considera inhumanas. Su enfado no solo fue una defensa de su música, sino un recordatorio del poder moral que los artistas pueden tener cuando deciden alzar la voz.