Los creyentes sabemos que el Espíritu guía a la Iglesia y que cada tiempo tiene su tribulación y su orilla. En cuatro palabras se ha dicho con justicia que Benedicto XVI fue el papa enamorado de la verdad.
Su modo de extender las manos para bendecir al pueblo. La serena elegancia en el decir pausado. La música expresada desde el piano amigo… indicaban en él el más claro asentamiento de lo verdadero. Al salir al balcón de la Plaza de San Pedro, sin necesidad de ser el papa mediático que enganchaba con las emociones predispuestas, Benedicto XVI exhalaba el aroma de lo auténtico, el perfume de la libertad de los que no dependen de presiones ajenas que condicionan discursos y actitudes, que no se asoman al miedo de los sobornos.
…Permítame un consejo señor Presidente del Gobierno, enamórese de la verdad y aplique desde ella sus principios: nadie le ofenderá cuando salga a la calle. Vivir así, de esta manera avergonzado, no merece la pena. Pero tenga también en cuenta que el pueblo no soporta las deslealtades y ha aprendido a distinguir muy bien entre la servidumbre y el servicio.