En el complejo mundo de la corrupción, existen dos figuras que, si bien actúan desde roles opuestos, comparten una misma naturaleza moral. Para nombrar a esta dualidad en una sola palabra, introduzco el vocablo sobornario, un neologismo que describe tanto a quien soborna como a quien es sobornado. Este término se aleja de la simple descripción del acto (sobornador, sobornado) para encapsular la esencia de la complicidad. El sobornario representa la unión de voluntades en un acto deshonesto, donde la corrupción no se entiende como una transacción, sino como una identidad compartida. Este artículo ahonda en las profundidades de este vocablo y en la necesidad de un concepto que abarque las dos caras de una misma moneda.
Como precursor de este vocablo, y dado el significado y la utilidad que el término «sobornario» aporta a la lengua española, me dirijo a la Real Academia Española para que tome en cuenta su incorporación. Este artículo será publicado en Madrid, en las inmediaciones de la RAE, con la intención de que el uso y la lógica del vocablo lo hagan digno de su consideración.
Un soborno es la antítesis de un favor. Mientras el favor genuino se nutre de la buena voluntad, el soborno se alimenta de la malicia y del interés propio. No se basa en el aprecio o el afecto, sino en la codicia y la necesidad de manipular un resultado. Es un acto que corrompe la voluntad de quien lo ofrece y de quien lo recibe, creando una deuda invisible, no de gratitud, sino de complicidad.
Esta deuda moral es el verdadero precio del soborno. La persona que lo ofrece, lo hace con la expectativa de un resultado ilícito y, al mismo tiempo, con la esperanza de que su acto le otorgue una posición de poder sobre el sobornado. Por otro lado, la persona que lo recibe, vende su integridad, su ética y su moral, quedando ligada de por vida a un acto que descompone su alma.
El sobornario es una figura con dos rostros, inseparables en su naturaleza.
Ambos, el que da y el que recibe, se degradan mutuamente. Comparten el peso de una misma culpa y una misma deshonra.
El soborno, lejos de ser un mero intercambio de favores, es un cáncer que carcome los cimientos de la honestidad y la confianza. La figura del sobornario, al encapsular a los dos actores de este drama en un solo concepto, nos obliga a reconocer que en un acto de corrupción, la culpa y la responsabilidad son siempre compartidas. El soborno no es un acto aislado, sino una cadena de complicidades que degrada tanto a la persona como a la sociedad en su conjunto.
«El alma de un hombre honrado es el templo de su integridad.»
«Yo soy humano y nada de lo que es humano me es ajeno.» – Terencio
Crisanto Gregorio León – Profesor Universitario