Los esfuerzos de Nicolás Maduro por ocultar su miedo han sido infructuosos. El anuncio de lanzar a la calle cuatro millones y medio de milicianos para enfrentar a los marines es parte de una parodia; pero lo mejor es su faceta melodramática, esa en la que no se atreve a identificar a los traidores. Mira la cámara y apunta con lo que es ya un dedo tembloroso.
El ocaso de los dictadores lo ve con placer el pueblo pisoteado.
Sospechas, conjeturas, especulaciones construyen el relato de esperanza que mantiene alerta a los venezolanos.
Lo confirmado es que el régimen transita el peor momento de su mandato. Ha sucedido lo que más temía, sentirse apuntado por la fuerza militar de Estados Unidos que hace temblar al hombre que durante 12 años y cuatro meses ha sometido a una población con la fuerza de las armas y que con impunidad ha asesinado, reprimido, perseguido, sometido. En cambio, a los marines no puede cazarlos cobardemente como hace con gente decente en los barrios, en sus lugares de trabajo.
Maduro ha tenido que volver a medicarse desde el mismo momento en que el gobierno de Donald Trump anunció que había incrementado a 50 millones de dólares la oferta de recompensa para quien contribuya a su entrega.
Agitado por su paranoia ya no confía en nadie. Secuestrado bajo la seguridad de los cubanos gira sobre su propio eje; por eso en las últimas semanas lo estratégico solo lo conversa en el aire. Su miedo en horas de vuelo dentro de sus aviones de lujo también lo termina pagando el país.
Todos son sus potenciales enemigos, pero además se siente impotente de no poder evitar el derrumbamiento de su dictadura. Las señales son cada vez más públicas con la élite del régimen disputándose los negocios sucios, ocultándole información, mintiéndole y posiblemente acariciando la idea de traicionarlo.
Puede que antes de cualquier intervención de Estados Unidos, Maduro sea devorado por los propios monstruos que él mismo ha creado; sus subalternos ya se están comiendo entre ellos, la anarquía es evidente.
El mejor ejemplo es el choque entre Alex Saab y Diosdado Cabello. Lo más ruidoso de este enfrentamiento, así como entre todos los corruptos de la dictadura, es la disputa por el control de los negocios. Diosdado Cabello, que no es tan bruto como para negarse a entender que es el hombre más rechazado en toda Venezuela y que a ese odio no podrá escapar en ninguna parte del mundo, ha decidido mantenerse en el país, no por valentía, sino por necesidad. Diosdado no es leal a Maduro, así que trata de asegurarse en el poder con la fuerza militar-policial y atapuzado de dinero, controlando el negocio de la droga y la multiplicidad de ingresos generados con las extorsiones institucionalizadas en todos los entes del Estado.
Pero Diosdado Cabello ha encontrado en Alex Saab un hueso duro de roer, al haber fracasado en tratar de involucrarlo en el hallazgo de unos explosivos a través del montaje de un falso positivo en la Cementera Cerro Azul en Monagas, bajo la responsabilidad de Saab como ministro de Industria y Producción Nacional. Allí, Cabello ordenó sembrar evidencias de terrorismo. Pero él es malo y aburrido para hacer relatos. Acusar a una cementera de tener explosivos es como incriminar a un efectivo de seguridad por tener un arma. Se trata de material imprescindible y rigurosamente controlado para la extracción con cargas explosivas de la caliza y otras rocas duras que son obtenidas de las canteras.
Diosdado quería vengarse de Alex Saab. Lo detesta y trata de debilitar entes que están bajo su responsabilidad, por eso pensó que el hallazgo en la cementera de explosivos podría colocar a Saab en el renglón de sospechoso.
Diosdado también quería venganza luego de que Saab removió del cargo hace tres meses a la directora general de la cementera Cerro Azul, quien operaba para Cabello y le garantizaba hacer grandes negocios.
La jugada le salió mal a Diosdado, a quien no le quedó más remedio que prolongar los falsos positivos de terrorismo moviendo los explosivos de ciudad, incorporándole a su nuevo mal relato armas de guerra e involucrando a muchos más inocentes… siempre atribuyéndole la máxima responsabilidad a María Corina Machado.
Pero el infierno cada vez está más cerca para la dictadura. Y los venezolanos tenemos que resistir.
Por su interés reproducimos este artículo de Ibéyise Pacheco publicado en el Diario de las Américas – El régimen se quiebra