El gobierno de México lleva unos días en modo espectador. Las decisiones importantes, los temas que marcan la agenda y los sustos diplomáticos llegaron, otra vez, por paquetería exprés desde el exterior. Estados Unidos anunció aranceles al jitomate y Donald Trump volvió a decir que los cárteles mandan en México. Sin embargo, lo que puso a sudar a algunos políticos no fue el gusano barrenador, sino que Ovidio Guzmán empezó a declarar. Por si esto no bastara, su abogado, que claramente no le teme al protagonismo, acusó al gobierno mexicano de pactar con el narco, y la Presidenta, en lugar de no engancharse, optó por buscar quién se la paga y no quién se la hizo, anunciando que lo demandará por difamación.
El jitomate, protagonista de salsas, chilaquiles y clásico proyectil de protestas, se convirtió en el fruto de la discordia bilateral. El departamento de Comercio de EU decidió imponerles a las exportaciones mexicanas una cuota antidumping de 17%. Del lado mexicano, la respuesta fue la de siempre: preocupación, promesas de negociación y de llegar a un buen acuerdo. Mientras tanto, los productores hacen cuentas y los consumidores se preparan para pagar más.
Los jitomates no fueron los únicos que terminaron en salsa. Desde un juzgado en Estados Unidos, el hijo de Joaquín Guzmán Loera, conocido como El Ratón, comenzó a soltar información y todo indica que su narrativa no sólo va a incomodar, sino que va a desordenar el discurso de la honestidad valiente. La molestia quedó de manifiesto cuando frente a las acusaciones del abogado defensor, la repuesta no fue la que en otros momentos hubiera funcionado: “no vamos a polemizar con declaraciones hechas por la defensa de un criminal” y fin del comunicado, sino que Claudia Sheinbaum decidió convertir el pleito en escándalo y abrir la caja de Pandora, regalándole minutos de fama al abogado y espacio a la duda.
Trump no se quedó atrás y en plena firma de su flamante ley antifentanilo aprovechó los micrófonos para volver a su declaración de que el crimen organizado tiene un fuerte control sobre México y su gobierno. Así, entre declaraciones sobre narcos y amenazas de aranceles de 30%, el mandatario le puso más picante a una relación bilateral que ya venía bastante enchilada.
Es que ni cómo ayudar al gobierno, basta con voltear hacia Tabasco para recordar que la 4T y Morena no necesitan amigos externos, se bastan solitos para tropezar con su pasado y presente. Las acusaciones contra Hernán Bermúdez Requena, exsecretario de Seguridad Pública de Tabasco y presunto líder de un cártel salpican al actual coordinador de senadores de Morena, Adán Augusto López, por su cercanía con el ahora prófugo. Cuando cuestionaron a la mandataria, visiblemente incómoda, recurrió al clásico “aquí no se encubre a nadie”, ese comodín discursivo que se aplica en caso de emergencia, pero que tiene tanta sustancia como una promesa de campaña: suena bien, pero nadie espera que realmente lo cumpla, ni siquiera quien lo dice.
Lo que ha sucedido en los últimos días demuestra que una cosa es tener popularidad y otra muy distinta tener control. La presidenta puede seguir apareciendo bien posicionada en las encuestas, pero eso no sirve de mucho cuando los embates vienen de todas partes y su propio partido es la raíz de muchos problemas. Entre los jitomatazos diplomáticos, los testigos protegidos con espíritu de cantante, los abogados incendiarios y los senadores incómodos, el panorama presenta nubarrones.
Lo preocupante es que no haya fuego cruzado, lo cual ya se hizo rutina y parte de la vida cotidiana, sino que Sheinbaum parece salir con una cubeta cuando lo que se necesita es un extinguidor.
*Por su interés reproducimos este artículo de Vianey Esquinca publicado en Excelsior.