Era normal, también entonces, que alguien, a punto de salir para un largo viaje, reuniese a sus amigos en una cena y dejarles dicho con más exactitud adónde iba, qué encargo les dejaba y qué criterio se había formado hasta ahora de la situación y de las cosas. Nada extraño es que Jesús preparase su Cena con esmero porque en ella habría de resumir su vida y enseñanzas, antes de que el postre y la traición llegaran.
Contrariamente al secreto que mantienen hoy los importantes cuando cenan, los evangelistas nos han dejado tres puntos in cuestionables de aquel encuentro, en cuya comprensión ocupan su tiempo los siglos: el amor de los unos a los otros, la toalla que seca y el beso que vigila, según la condición, perfidia o suavidades.
El amor no fue una novedad inaugurada por Jesucristo, su descubrimiento consistió en el modo que tuvo de enfrentarlo y de repartirlo. Hasta que Él llegó con su locura, amar era una correspondencia entre amigos, entre gentes de la misma sangre; lo mismo que el odio se notaba en el intercambio de ese venenillo continuo que destila el corazón cuando se cierra. El Nazareno, sin embargo, arrancó de cuajo la memoria ofendida y propuso un nuevo estilo de relación, de conocimiento y de progreso entre los hombres: el amor envuelto en el arrullo del perdón y la misericordia. Sólo un amor desmemoriado de daños puede ser creativo y generador de gozos. “Amaos los unos a los otros” sin desesperar, sabiendo siempre que los frutos pertenecen sobre todo al reino de la intimidad, donde mejor se paladean las complacencias.
Pero como el amor no es una lumbre solitaria, sino candela discreta que enciende los apagados entusiasmos, ha de aparecer en el silencio de la noche con los mismos resplandores que una estrella.
De ahí que el Maestro pidiese una toalla, una palangana con agua y, arremangándose la túnica, se agachara frente a cada uno de sus amigos para lavarles los pies y, en ellos, los pasos que no supieron dar en la dirección certera del amor.
Me contaba casi en secreto la entrañable Fina de Calderón que, cuando muy niña, sufrió parálisis en una pierna y, como consecuencia, tuvo que posponer la coquetería de sus seis años ayudándose con muletas. Federico García Lorca, muy amigo de su padre, comenzó a jugar con ella un día diciéndole que “las muletas eran escaleras para subir al cielo” al mismo tiempo que le preguntaba para que servían las gomas que las muletas llevan en la punta. Fina, ya a esa edad tan deliciosa, respondió con un acierto de poeta que eran “gomas para borrar los pasos”. Me contaba Fina con un café delante que Federico se volvió triste de pronto al responderle: “Los pasos que se dan nunca pueden borrarse”… El amor de Jesucristo, sí que los borra.
Aunque el amor, a veces, suele llenarse de heridas con los besos: “Uno de los que mojan conmigo en el plato va a traicionarme”… pero el traidor apóstol estaba como ausente; me lo quiero imaginar abriendo y cerrando los ojos en un deseo de contar el brillo que iban a dejarle las treinta monedas tras el beso.
Lo terrible de Judas no fue la traición en sí, sino la falta de capacidad que tuvo para sentirse y gozarse como elegido, la torpeza de no haber descubierto en Jesús tanta bondad como a su paso dejaba… “¿Con un beso entregas al Hijo del Hombre?”. Aquel beso se quedó congelado para siempre en la más espléndida de las mejillas.
“Por un beso, yo no sé qué te diera por un beso”… Pues ya ves, admirado Bécquer, por un beso algunos se contentan con la calderilla.
De todas maneras, jueves santo hoy, día del amor fraterno, reclamo también para Judas la derramada misericordia porque, por más traidor que haya sido, el beso que este amigo dio al Señor, sólo porque en algún tiempo fue su amigo, mantendría en sus labios fríos alguna sustancia de beso.
Pedro Villarejo
Querido Pedro, gracias por tus escritos tremendamente delicados y llenos de saber
Si señor esto es un buen artículo ,q bonito expresado así da gusto leer artículos y releerlos
Precioso artículo, señor Duende, como todo lo que escribe siempre. Gracias.
En los gestos más simples reside la esencia del afecto humano. Gracias, Don Pedro queridísimo, por tanta luz epistolar regalada gentilmente de su pluma.
Gracias D.Pedro ,usted siempre tan certero en la condición humana y de un Dios que en sumisericordia vive con nosotros dia tras dia.Gracias por recordarnos su infinito amor
Creo que este es de los mejores artículos para hoy Jueves Santo una lectura a recomendar.
Muchas gracias Don Pedro
Gracias por ese estilo tuyo tan tierno y tan instructivo. Y ¡felicidades a todos los sacerdotes!
siempre leo los artículos del Duende, tan llenos de sensibilidad y cultura. Y hoy quiero dejar constancia.
Gracias Pedro, y gracias José Antonio H.
gracias amigo José Carlos.
Son bellas las lecturas de don Pedro. Ya sabemos cómo se llama el duende.
El Duende es sacerdote?
Gracias a todos vosotros. Estoy conmovido por tantos elogios. Procuraré no defraudar siendo un buen servidor.
Algún día ya les contaré detalles de mis libros.
Un cordial abrazo y oraciones
Pedro
Con razón se notaba en sus escritos religiosidad. Me gustan. Ánimo don Pedro.