Por Rafael Fraguas
De Madrid, el cielo. Tal es el verdadero lema de la ciudad y de su bella región. Sustituir De Madrid al cielo por De Madrid, el cielo implica abandonar la arrogancia de creer que desde aquí se accede directamente al Paraíso. Eso es de lo que los llamados castizos/castizas alardean. Desconocen que el verdadero encanto de Madrid reside en sus celajes altos y frescos. Por ellos desciende, desde los picachos nevados del Guadarrama, aquella brisa de libertad que, en la Edad Media, se añoraba respirar en las ciudades.
Pocos vestigios de aquella Edad quedan en Madrid. Pero los hay todavía. Prueba de ello es un apartado rincón claustral en la plaza de la Paja, donde se encuentra la llamada Capilla del Obispo: un lugar encapsulado en el tiempo, esmaltado por un enorme cenotafio en alabastro que evoca en clave bajomedieval tardogótica la memoria de un clérigo orante junto al que, cada día, una silenciosa congregación de mujeres piadosas canta un bellísimo trino gregoriano. A quien lo escucha, su canto es capaz de hacer olvidar el fragor desbocado de los días, los abrojos de una masificación incontenible de una ciudad tan bella como desconocida por muchos de sus lugareños.
Han de saber los madrileños que su ciudad oculta secretos singulares. Sin ir más lejos, la Puerta de Alcalá, tras ser iluminada, estampa cada noche sobre lo alto de sus columnas, un reflejo inquietante: el de unos murciélagos orejudos, estrábicos y bigotudos que encabezan los capiteles de sus fustes y pilastras. Las inquietantes sombras otorgan al colosal pórtico un halo de enigma. Pocos saben aquí que tales monstruos fueron allí colocados por el arquitecto e ingeniero militar Francesco Sabatini (1721-1797), que los tomó de un diseño de Michel Angelo Buonarotti, Miguel Ángel, (1475-1564) para redecorar el vetusto Capitolio de Roma con sus grutescos, pequeños monstruos moradores de las grutas. Con ellos, el egregio alarife aminoraba la terribilitá de sus creaciones, tal como confesó él mismo al pintor portugués Francisco de Holanda, en la considerada como la primera entrevista periodística de la que se tiene noticia.
Otro secreto madrileño puede ser considerado el despliegue de la más alta escala de los bomberos de Madrid para encaramarse, durante años, en lo alto de la Puerta de Toledo. Lo hacían para intentar detener con herbicidas el crecimiento de una higuera que, desde el hondo interior del monumento fernandino, donde se había asilvestrado, empujaba potentemente a uno de los dos grandes grupos escultóricos que jalonan la puerta, con riesgo de abatirse sobre el suelo. La semilla de la pertinaz higuera fue llevada allí por urracas que surcan por doquier las alturas de la ciudad y se apean y defecan donde les place.
Por cierto, la Gran Vía ha sido durante muchos años la ruta controlada por un voraz halcón: su apetito no dejaba viva una sola paloma de cuantas intentaban sobrevolar esa arteria que engarza el Este y el Oeste de la ciudad. La rapaz llenaba de plumas de las desdichadas aves el ático de la Telefónica, donde había anidado pensando (…) que la mole del edificio era uno de los acantilados que se yerguen sobre la laguna de Rivas Vaciamadrid, de donde el halcón procedía.
No lejos del gran rascacielos madrileño, en la plaza del Callao, se alzó el renombrado hotel Florida, donde los corresponsales de periódicos de medio mundo, desde Ernest Hemingway al escritor y aviador Antoine de Saint-Exupéry, cubrieron informativa y estimativamente la Guerra Civil. Los madrileños han de saber que el día en el que la contienda terminó, la primera columna de las tropas franquistas que penetró en la ciudad, al mando de un oficial abuelo de un conocido periodista experto en gastronomía, antes de cualquier otra misión, se le encomendó encaminarse hacia los sótanos del edificio de Unión Radio, el que ha ocupado siempre la Cadena SER en la Gran Vía, para establecer contacto con la llamada quinta columna, de la que formaba parte el entonces oficial falangista madrileño Manuel Gutiérrez Mellado (1912-1995), apodado Gurrimichi.
Ya que de posguerra se trata, resulta curioso que en un convento contiguo al edificio de la calle del Conde de Peñalver donde estuviera preso, antes de morir cautivo en Alicante, el poeta comunista Miguel Hernández (1910-1942), quedara ubicado no mucho tiempo después el aparato clandestino de propaganda del Partido Comunista de España.
También es curioso que, desde cierta altura, la disposición de los edificios de los Nuevos Ministerios, ideados durante la Segunda República, se asemeja a una hoz y un martillo, en un gesto muy presumiblemente premeditado de su arquitecto, Secundino Zuazo Ugalde (1887-1970), marginado y depurado en la posguerra por sus ideas republicanas, al igual que su colega Fernando García Mercadal (1896-1985). ¡Ah!, no debe olvidarse que a uno de estos arquitectos republicanos y/o comunistas, como Manuel Sánchez Arcas (1897-1970), autor del Hospital Clínico de Madrid, le fue encomendada la reconstrucción de Varsovia, arrasada por la furia nazi en 1942. Exiliado, junto con sus colegas Luis Lacasa y Bernardo Giner de los Ríos, sería inhabilitado a perpetuidad para ejercer como arquitecto por parte de su colegio profesional controlado entonces por el discurso franquista.
Ya que de nazismo hablamos, un alto dirigente del nacionalsocialismo y general de la SS, Johannes E. F. Bernhardt, que residió en una mansión de la zona de Arturo Soria de Madrid hasta su muerte en el año 1980, estuvo enterrado en el cementerio civil de Madrid apenas a 80 metros de distancia del cementerio judío y a 30 de los sepulcros del líder socialista Pablo Iglesias y de la dirigente comunista Dolores Ibarruri. Bernhardt fue quien, en pleno festival wagneriano de Bayreuth, en 1936, pidió a Hitler y consiguió del líder nazi los aviones de la Luftwaffe que Franco necesitó para cruzar el Estrecho de Gibraltar al mando de tropas golpistas y para que pilotos alemanes bombardearan Gernika el 26 de abril de 1937. Pocos madrileños saben que Pablo Picasso, que inmortalizó aquella horrible matanza, residió en 1901 en Madrid, en una buhardilla de la calle de Zurbano, donde una placa recuerda su estadía. Fue ahí donde ideó la revista Arte Joven.
Si de matanzas se trata, ningún madrileño de bien puede olvidar hoy la masacre que en estas fechas y desde el pasado 7 de octubre, perpetran las Fuerzas Armadas de Israel en la Franja de Gaza. Con el pretexto de perseguir a los asesinos y secuestradores de más de 1.200 colonos israelíes ocupantes de tierras ajenas, tropas, aviones, cañones y drones de Israel han arrebatado desde entonces la vida a unos quince mil niños y adolescentes, de un total de cerca de 30.000 palestinos aniquilados. Cuando, bajo el apabullante peso de los escombros de la Gaza bombardeada, se apagaban las voces de centenares de niños llamando a sus madres desde la más absoluta oscuridad intentando sin éxito huir de la muerte, autoridades municipales y regionales madrileñas condecoraban a quienes, precisamente entonces, decidían proseguir los indiscriminados y criminales bombardeos. Sendos gestos oscurecieron de forma indeleble ese cielo madrileño que, por su luminosidad, ha esmaltado azulmente casi siempre el techo de una preciosa ciudad, llena de sorpresas, que merece tener otros gobernantes.