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De la demagogia

/Europa Press

JUAN DE JUSTO RODRÍGUEZ

La demagogia en el debate sobre inmigración y las políticas sociales contrasta con la realidad en los barrios y el trato desigual entre ciudadanos

Junto con el verdadero desastre en el que nos vemos sumidos, desde el punto de vista más optimista, nos comienzan a aparecer profetas y salvadores por doquier y maestros que nos pretenden enseñar a vivir e incluso nos pretenden enseñar a convivir, nos dicen aquello que es bueno y aquello que es malo, saben distinguir perfectamente lo que nos interesa, conocen nuestros gustos, diferencian y satisfacen nuestra necesidades básicas, eso si, desde eso que va componiendo el abecedario completo o cada uno desde su propio ser, el resto está prohibido o necesita de testigos que corroboren el acto, por si acaso, pero no se habla de trabajo, de educación, de vivienda, de salarios, de situación de mayores de 45 años sin trabajo, de salidas laborales para nuestros jóvenes, en fin, de aquello que a los no iniciados nos preocupa más allá de aquellas cuestiones tan transcendentes que ocupan a nuestra clase dirigente.

Pero por si todo esto no fuera suficiente, nos surge un nuevo problema que tratan de endosarnos y del que ocurre como con todos aquellos realmente transcendentes, no tienen ni idea de como solventarlo y nos inmiscuyen en él. A nuestras costas y fronteras siguen llegando personas, no solamente contenedores, y esas personas se mantiene hacinadas, no sabemos bien como sin que existan soluciones y solamente proponiendo acuerdos internacionales que conllevan el incentivo a la corrupción junto con el más repugnante trato de un ser humano obligándoles a vivir en lugares de discutible utilización del estado de derecho, no hablemos ya del bienestar, relegando a las personas a un nivel de animales de circo, algo menos, porque estos hoy, afortunadamente, tiene derechos y esas personas a las que a través de nuestra propaganda hemos traído hasta nuestra casa, los desechamos, solamente algunos.

No obstante a partir de aquí es cuando enseñamos la patita y comienza el fariseísmo puritano, nuestra más depurada cultura religiosa y comenzamos a oír discursos en los que se nos intentan vender las bondades de la inmigración, su contribución al PIB y, desde luego, su absoluta integración en nuestros barrios y lugares de trabajo, pero esto es solamente válido para los que han conseguido burlar la primera barrera y desde luego no responde a la primera pregunta que a los que vivimos de cerca con estos privilegiados (comparándolos con los proscritos) nos surge, ¿Dónde viven esos que dicen estas cosas?, aparte de utilizar a esos inmigrantes como auxiliares en sus domicilios a cambio de salarios que ningún español aceptaría y soportando condiciones de trabajo que ningún español aceptaría, esos que nos predican las bondades de la inmigración no conviven con ellos en sus barrios, no soportan un piso ‘patera’ al lado del suyo, no tienen ocasión de comprobar como tienen determinados privilegios en la escuela para sus hijos, por ejemplo, con los que no cuentan los españoles de nacimiento, no ven como quedan sus parques cercanos tras un fin de semana, no tiene ocasión de comprobar como se trafica con alimentos sin el menor control sanitario, no tiene ocasión de observar los estragos del juego sin control, no ven como a sus hijos de les multa o se les conduce a comisaria mientras que a ellos se les permite consumir e incluso comerciar con bebidas alcohólicas en la calle, no tienen ocasión de escuchar como son capaces de ofrecerse para cualquier trabajo con las condiciones que se les quieran proponer, en fin, desconocen el grave problema que está surgiendo en los barrios donde la clase trabajadora convive con inmigrantes, obvian la presión a la que el ambiente se está sometiendo, ignoran lo que ya ha venido ocurriendo en países de nuestro entorno y, milagrosamente, encuentran una muletilla, la extrema derecha, pero aún a sabiendas del origen del malestar que ha contribuido al auge de esta, se siguen mirando al ombligo y tratando de darnos lecciones de convivencia y respeto a la humanidad, se olvidan de los acuerdos en relación a los que no han tenido la suerte de pasar la primera criba y pueden acabar en cualquier “zoológico humano”.

Esta situación, una vez se abandone la demagogia que nos trata de reeducar al más puro estilo goebeliano, sin necesidad de extrema derecha a la que ya se encargan de dar carnaza, hay que mirarse más al espejo, hay que tener conciencia de estado, hay que tener conciencia humana, hay que respetarse y pensar en aquello para lo que se nos ha colocado en tan privilegiados lugares, pensar que eso no comporta únicamente la utilización de secretaria y chofer y escolta y el privilegio de contar con una pensión a pesar de no haber cotizado como cualquier trabajador y la siempre inevitable tentación de educar a los demás con aquello de “consejos vendo que para mi no tengo”, la situación desde el punto de vista práctico, realista, se soluciona trabajando con seriedad y cumpliendo con la legislación, haciendo justicia real, obligando a la contratación de todos los trabajadores en las mismas condiciones, es decir aquellas que emanan de la legislación existente obligando al mismo trato a españoles y a inmigrantes, obligando a todos a cumplir las reglas de convivencia social, eliminando siquiera la apariencia de cualquier privilegio de una persona frente a otra, es decir, movilizando los medios de que el Estado se encuentra dotado y obligando a nuestros estadillos satélite a hacer esto mismo, cumplir la legalidad vigente con la atención puesta en el bien común y lejos del interés que el mantenimiento de nuestro status conlleva.

Todos aquellos que han conseguido el honor de obtener el puesto de diputado o senador tienen su futuro garantizado, solamente se les exige que bajen a la calle, que aprendan a leer, a fin de evitar que les engañen, que de vez en cuando utilicen a la hora de comer los restaurantes de menú diario y utilicen el transporte público, pero sin prensa y sin escolta, que acudan un domingo o festivo a un parque público en cualquier barriada, es decir, solamente pedimos que hagan su trabajo y dejen de desprestigiar eso tan importante que han conseguido ocupar y que debe ser el espejo en que todos nos miremos y que, además, supone la más alta distinción a que un ciudadano puede aspirar, algo que no solamente debe suponer prebendas, debe suponer y supone una enorme carga de responsabilidad que muestre el amor a España y a Europa y que hoy por hoy no perciben los ciudadanos.

La hipocresía y el cinismo con el que vemos y tratamos tan graves problemas como los expuestos llega a causarnos un tremendo dolor y comienza a dejar unas cicatrices en nuestras relaciones sociales que llegarán a marcar a aquellos que nos vienen sucediendo.

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