Junto a Arendt y Camus, una de las voces contemporáneas que padeció y enfrentó los horrores que el ser humano puede generar, ya que para poder resistir antes tuvo que pensar, fue Primo Levi, sobreviviente del Holocausto.
En sus textos, este doliente testigo de los peores horrores de Auschwitz, no solo narra: reflexiona y confronta, haciendo de sus obras una meditación filosófica que deviene increpación humana. Un acto de pensar que, al fusionarse con la necesidad de resistir, termina enfrentando a quien lo lea desde el absurdo camusiano y la barbarie arendtiana, al invitar al lector a un ejercicio doble: recordar para nunca olvidar lo que ocurrió y cuestionar lo que significa ser humano.
De esta manera, pensar para Levi no es un episodio meramente intelectual: antes es un compromiso ético. En Si esto es un hombre, su obra más emblemática, el pensar emerge como una forma de preservar y defender a la humanidad en un contexto que ha sido diseñado exprofeso para devastarla. De ahí su denuncia sobre los prisioneros que han sido condenados a la deshumanización y de ahí que recurra al pensamiento como una forma de resistencia. En los instantes de mayor desesperación, los fragmentos de cultura que evoca -un verso de Dante, una fórmula química, un recuerdo personal-, terminan por convertirse en refugios contra el olvido y la brutalidad. En su caso, recordar y comprender las causas del sufrimiento se transforma en una especie de responsabilidad moral que busca propagar. Pensar, en consecuencia, no es solo un ejercicio de introspección, sino un acto de resistencia contra la monstruosidad humana que intenta imponer el silencio.
Desde esta perspectiva, la fenomenología primoleviana no pretende distanciarse del mundo que describe; lo habita con crudeza. En Auschwitz, pensar es acción subversiva porque implica negarse a aceptar la lógica del campo de concentración, una lógica de totalización y anulación. La reflexión, incluso la más básica, como recordar el significado de una palabra o reconstruir mentalmente un poema, desafía la maquinaria del exterminio que intenta reducir al hombre a un mero “viviente”. Así, Levi traza un vínculo esencial entre el pensamiento y la resistencia: mientras el pensamiento persista, algo de la dignidad humana permanecerá intacto.
Sin embargo, Levi no idealiza el pensar. Consciente de los peligros del autoengaño y la racionalización, su obra revela también cómo el pensamiento puede ser instrumentalizado para justificar lo injustificable. En Los hundidos y los salvados, su análisis sobre el sistema nazi alcanza una madurez filosófica impresionante al desentrañar las dinámicas de poder y sometimiento, denunciando cómo el pensamiento pervertido puede generar sistemas de opresión tan eficaces como los campos de concentración. Por ello mismo, advertirá de los riesgos de una racionalidad sin ética que, desvinculada de la empatía, puede convertirse en cómplice de cualquier atrocidad.
Por cuanto a la resistencia, Primo no se limita a una oposición física o política, esta adquiere una dimensión ontológica. Resistir significa negarse a ceder el alma, incluso cuando el cuerpo está sometido. En su universo, los pequeños gestos cotidianos -compartir un trozo de pan, enseñar a un compañero a pronunciar una palabra, evocar un recuerdo de infancia- son formas de resistencia equivalentes a los grandes actos heroicos, porque resistir para él es un acto de afirmación de la vida, de la memoria, de la posibilidad de comprender.
Aún más, en este contexto, propone una resistencia que es también una práctica de la lucidez, no como virtud abstracta, sino como necesidad vital. En el infierno de Auschwitz, ser lúcido era reconocer las condiciones reales de la existencia y, a partir de ese reconocimiento, buscar estrategias para sobrevivir sin traicionar del todo a la propia humanidad. Pero su lucidez no termina allí. En sus reflexiones posteriores, la resistencia lo lleva a confrontar las sombras que persisten en la memoria colectiva, impulsándolo a contar, dar testimonio e iluminar las zonas oscuras de la historia, para impedir que estas vuelvan a resurgir y masacrar.
El diálogo así construido por Levi entre pensar y resistir trasciende el tiempo y el espacio al hacer de su obra un llamado a la reflexión constante sobre los horrores del pasado y sobre las estructuras que perpetúan la injusticia en el presente. Pensar es resistir y resistir es pensar, porque ambas coadyuvan a preservar la esencia humana, permitiéndonos imaginar un mundo donde el sufrimiento no sea la norma. De ahí la necesidad de indagar en las raíces del mal sin abandonar la esperanza de que pensamiento y resistencia puedan salvarnos, incluso en las circunstancias más extremas, al resguardarnos de nuevos horrores sin dejar de ser humanos. De lo contrario, sentencia: “si pudiese encerrar a todo el mal de nuestro tiempo en una imagen, escogería esta imagen, que me resulta familiar: un hombre demacrado, con la cabeza inclinada y las espaldas encorvadas, en cuya cara y en cuyos ojos no se puede leer ni una huella de pensamiento”. (Continuará)
Por su interés, reproducimos este artículo de Betty Zanolli publicado en El Sol de México.