El placer digital tiene su cara más oscura. Lo que empieza con un clic en una pantalla acaba, cada vez con más frecuencia, reproduciéndose fuera de ella. La frontera entre el porno y la prostitución se difumina, y con ella, los límites del consentimiento y la violencia. Expertas y organizaciones alertan de una conexión directa: los comportamientos aprendidos en los vídeos pornográficos están cruzando la línea hacia la realidad.
“Con el consumo del porno se crea un imaginario masculino que incluye prácticas que llevan a las agresiones sexuales”, explica Tatiana Conde, educadora y responsable del área Social del colectivo Vagalume, que trabaja con mujeres en situación de prostitución en Santiago de Compostela. Según Conde, las propias mujeres relatan un aumento de la violencia en los encuentros con clientes, influenciados por lo que consumen en Internet.
Los datos confirman esta preocupación: siete de cada diez adolescentes consumen pornografía, y más de la mitad de los niños entre 6 y 12 años ya la han visto al menos una vez, según el Ministerio de Presidencia. Para Lorena Añón-Loureiro, investigadora y docente en la USC, “el consumo de pornografía puede tratarse ya como una epidemia”. Su impacto no se limita a la sexualidad, sino que está moldeando la manera en que los jóvenes entienden las relaciones humanas.
Ambas expertas coinciden en que el porno crea un “imaginario irreal” de la sexualidad. “Lo que están aprendiendo no son relaciones sexuales sino un modelo de violencia”, advierte Añón-Loureiro. En este contexto, muchos jóvenes acuden a la prostitución buscando materializar las fantasías que han visto en pantalla. “Pagando ya no tienen la cuestión del consentimiento”, añade la investigadora, señalando cómo la mercantilización del cuerpo femenino borra cualquier frontera ética.
La pandemia de la covid-19 también alteró el panorama. “Pasamos de clubes de alterne a pisos, donde es más fácil que se produzcan estas agresiones”, explica Conde. El cierre de los locales no redujo la prostitución, sino que la trasladó a espacios más invisibles y peligrosos. Además, las redes sociales han facilitado el acceso: “Ahora con teclear es suficiente”, lamenta la educadora, señalando la combinación explosiva de anonimato, inmediatez y drogas que caracteriza a muchos encuentros.
Estimar cuántas mujeres están atrapadas en la prostitución o son víctimas de trata sigue siendo una tarea casi imposible. Pero el perfil se repite: “Mujeres en situación de grave vulnerabilidad, con un acceso a derechos muy escaso”, recuerda Conde. Sin alternativas económicas, muchas no pueden negarse a prácticas violentas o de alto riesgo. Su vulnerabilidad se convierte en terreno fértil para un mercado que crece alimentado por la cultura del porno.
Ante este escenario, las expertas reclaman acciones urgentes. Añón-Loureiro propone restringir el acceso a la pornografía de la misma forma que se ha hecho con el juego online: “En el juego sí que tomaron medidas para que los niños no puedan acceder a los locales de apuestas en línea”, señala. El objetivo no es solo proteger a los menores, sino también a las mujeres que enfrentan las consecuencias más crudas de un modelo de deseo construido sobre la violencia y el consumo.