Por Rafael Fraguas
Comprender el significado de la asimetría entre la guerra agresiva de Israel contra Palestina y la guerra defensiva de Palestina frente a Israel resulta impensable sin incardinar ambas en un contexto histórico y geopolítico tan complejo como el del Cercano Oriente.
Todo Estado cuenta, entre muchos otros componentes, con un pueblo y un territorio regidos por una legalidad, esto es, un conjunto de leyes asociadas a una legitimidad que determina su obediencia social. Tres de estas dimensiones, territorio, leyes y legitimidad que los mentores israelíes consideraban propias, le fueron sin embargo otorgadas ex novo, al naciente Estado de Israel en 1947 por las Naciones Unidas. Es decir, se trató de un otorgamiento externo, habida cuenta de que los judíos, dispersos por la diáspora, carecían de territorio propio y su legalidad, así como su legitimidad estatal, las obtuvieron por una decisión pactada por las grandes potencias tras el sangrante desenlace de la Segunda Guerra Mundial.
A partir de 1948, año de la partición de Palestina y de la asignación de la mitad de su territorio a Israel, asistimos allí a una transformación intencionada y al alza en el caso de la población y el territorio, crecientes ambos; y premeditada y a la baja, respecto de la legalidad y la legitimidad atribuidas. Y esta degradación es debida a una constante transgresión, por parte de Israel, de las leyes internacionales que regulaban su estatus tras la partición de Palestina; de aquellas ilegalidades derivó la consabida erosión de la legitimidad asignada.
La llegada masiva e incesante de judíos de todo el mundo a Israel, en vez de ser detenida conscientemente por sus autoridades, interesadas en futuros contribuyentes y reclutas para su Ejército, fue aleccionada y supuestamente solventada por sucesivos Gobiernos israelíes. Y ello, mediante el desplazamiento de la población judía recién llegada hacia colonias instaladas y ocupadas ilegalmente sobre territorio adscrito por la ONU a Palestina tras la partición. He aquí el desencadenante permanente de las crueles guerras habidas desde entonces en la zona. Eso sí, precedidas por un agresivo terrorismo triunfante, aplicado por Israel, desencadenante de una resistencia palestina considerada terrorista por Occidente.
Palestina, por su parte, aspiran en Naciones Unidas a la condición internacional plena de Estado, con un pueblo, un territorio, una legalidad propia y una legitimidad; todo ello es puesto en cuestión permanente por un repertorio de medios represivos, militares y policiales, por sucesivos Gobiernos israelíes: a expensas de Palestina, Israel canibaliza sistemáticamente su territorio vecino.
Los Acuerdos de Paz de Oslo de 1993 establecieron una Autoridad Nacional Palestina, gobierno, y un Consejo Legislativo, parlamento, para Cisjordania, con casi 6.000 kilómetros cuadrados de superficie y Gaza, con apenas 352. Dividían en tres zonas la Cisjordania palestina: la primera, A, bajo la Autoridad Nacional, administración hegemonizada por la histórica Al Fatah-OLP de Yasser Arafat; la segunda, B, mixta: civil palestina y militar israelí; y la tercera, C, de pleno control civil y militar por Israel, vedada a los palestinos, unos 350.000, a los que se niega cualquier desarrollo urbanístico y carecen de acceso pleno al suministro de agua potable, entre otras restricciones.
Sirva como ejemplo el hecho de que desde 1988 se han emitido 14.000 órdenes israelíes de demolición de construcciones palestinas en esta zona. Cada colono judío puede hoy contar con una media de 790 metros cuadrados per cápita en los numerosos asentamientos ocupados, mientras que cada palestino dispone únicamente de 60 metros cuadrados. Todos los asentamientos israelíes son ilegales según el Derecho Internacional y los denominados outposts, establecimientos coloniales judíos prohibidos también lo son por las leyes israelíes. Se trata tan solo de un ejemplo de la posición de inferioridad y segregación en la que quedan los palestinos en su propio territorio, objetivamente invadido por más de 800.000 judíos dispersos por asentamientos legalizados y protegidos militar y policialmente por Israel, además de vallados y segmentados al albedrío del Estado ocupante. La creciente autonomía política del Ejército de Israel pone en duda la democraticidad atribuida al régimen judío, cada vez más proclive a las consignas del fundamentalismo hebreo y del ultrasionismo, partidario de la expansión ilimitada de Israel a costa de sus vecinos árabes.
Repercusiones geopolíticas
Desde el punto de vista geopolítico, tras la implosión en torno a 1990 de la Unión Soviética, principal aliado superpotencial de los regímenes árabes, y a partir de entonces, hemos asistido a un plan, presumiblemente premeditado, de reconfiguración del mapa del Cercano Oriente y del norte del Mediterráneo: se han sucedido revoluciones de colores, derrocamientos, invasiones o golpes de Estado, en una amplia franja que abarca desde Túnez y Libia, a Egipto, Líbano e Irak. Todos estos cambios, impensables sin el apoyo de Estados Unidos, favorecen en la práctica claramente a Israel, como la inconclusa guerra civil Siria. Y le benefician por hallarse en ellos importantes vectores considerados de hostilidad hacia el Estado hebreo.
Los regímenes derrocados o removidos se caracterizaban ideológicamente por ser laicos, nacionalistas, progresistas y socializantes, mientras que casi todos los afectados por los cambios han dado paso a regímenes desprovistos de estas caracterizaciones ideopolíticas compartidas que, entonces, fortalecían la resistencia contra Israel. Algunos de los gobiernos resultantes incluyen ya una creciente presencia de formaciones políticas islamistas. Como Hamas, que gobierna Gaza desde 2006, tras un proceso electoral que desplazó a la Autoridad Nacional Palestina de la administración local. La ANP, cuyo primer presidente fue Yasser Arafat (1924-2004), mostraba la misma coloración ideológica y laica de los Gobiernos árabes vecinos derrocados entonces.
Sin embargo, procesos internos y reiteradas transgresiones de los Acuerdos israelo-palestinos de Oslo de 1993, al debilitar a la ANP, aleccionaron el surgimiento y despliegue de la islamización de la resistencia palestina. Con ello, Hamas, formación islamista de origen inicialmente filantrópico, obtuvo la hegemonía electoral y política en la Franja de Gaza frente a la Autoridad Nacional Palestina, que gobernaba con grandes limitaciones políticas en Cisjordania, separada del exiguo territorio gazatí por 45 kilómetros.
Según algunos de los analistas más renombrados, la reciente guerra de exterminio y destrucción –cerca ya de 40.000 muertos civiles, la mitad niños, emprendida por Israel contra la población de Gaza a partir del atentado de Hamas contra colonos judíos del pasado 7 de octubre, con 1.200 muertos y 240 rehenes, se inscribe o es funcional con el plan geopolítico mentado antes. Plan consistente en rehacer el mapa geopolítico del Cercano Oriente, con réditos evidentes para Israel, donde se baraja también una invasión terrestre de su vecino septentrional, Líbano: desde su frontera, grupos fuertemente armados y militarizados como Hezbollah, hostigan enclaves israelíes señaladamente con cohetes.
Peligra la reelección de Biden
El Gobierno de coalición de derecha extrema israelí de Benjamín Nethanyahu invadió Gaza y prosigue hoy la ocupación paulatina del territorio, hasta su confín fronterizo con Egipto, en Rafah. Allí se apiña una multitud cifrada en medio millón de palestinos forzados por la aviación y la artillería israelíes a huir hacia ninguna parte. Ello pone abiertamente en cuestión la posibilidad de reelección de Joe Biden al frente de la Casa Blanca, en las elecciones del próximo mes de noviembre. La impopularidad de los apoyos a Nethanyahu de Joe Biden y sus ambiguas llamadas a la contención, hacen peligrar su candidatura presidencial a escala popular ya que la ocupación aniquiladora de Gaza ha puesto en ignición, al menos, 150 campus universitarios estadounidenses contra el genocidio israelí y contra el envío y entrega de sofisticado armamento norteamericano a Israel.
Estudiantes y trabajadores de medio mundo han protagonizado protestas y marchas contra las matanzas israelíes en curso. Todo ello constituye un muy mal augurio para la viabilidad de la reelección del candidato presidencial del Partido Demócrata que, por otra parte, difícilmente puede ser reelegido sin el apoyo de los potentes grupos de presión proisraelíes vigentes en Estados Unidos. Eso en el terreno doméstico norteamericano.
Pero, en el plano geoestratégico de la superpotencia transatlántica, el empecinamiento del Primer Ministro judío, insistiendo con su guerra de exterminio contra Palestina, distrae el interés prioritario de Estados Unidos hacia China y el eje Indo-Pacífico. Y hace retraer el foco de atención de Washington hacia el Cercano Oriente, lo cual acarrea demoras de gran gravedad contra el apremio del designio hegemónico mundial acariciado por los poderes estadounidenses y versado hoy hacia el Extremo Oriente.
Al fondo, Irán
No cabe olvidar que la República islámica de Irán, único Estado de la zona mesoriental rival potencial de Israel que conserva capacidad militar y geopolítica para enfrentarlo, puede llegar a involucrarse en una guerra que, de entablarse, pondría en llamas toda la región: es preciso recordar que por el Estrecho de Ormuz, controlado por Irán, transita gran parte de los energéticos árabes, kuwaitíes, emiríes, iraquíes e iraníes que alimentan la industria y el consumo mundiales. Una nueva crisis energética en la zona, pondría patas arriba la economía mundial en vísperas presidenciales en Estados Unidos, con el disgusto añadido de los aliados potenciales del régimen de Teherán, Moscú y Pekín, rivales geoestratégicos de Washington. Demasiadas espadas en alto.
Trabajadores árabes, palestinos, israelíes y europeos asisten impotentes a una guerra devastadora bendecida por ciertas élites europeas atentas tan solo a satisfacer los intereses de los vendedores de armamento, mientras se degradan hasta la postración y la precariedad las condiciones de vida de millones de personas. Entre tanto, la mortandad crece desbocadamente en la martirizada Gaza. La solución de los dos Estados, israelí y palestino, única fórmula política posible, se desvanece del horizonte inmediato.