Cierran el negocio de Kiko Hernández y Fran Antón: encadenados y en huelga de hambre

11 de diciembre de 2025
2 minutos de lectura
Kiko y Fran I EP

La pareja, que llevaba meses volcada en su proyecto ‘El Cielo de Melilla’, se ha visto obligada a iniciar una huelga de hambre después de que el local fuera clausurado sin previo aviso

La imagen de Kiko Hernández y Fran Antón encadenados frente a su propio negocio ha sacudido a sus seguidores y a buena parte de la opinión pública. No es un gesto simbólico: es la consecuencia extrema de una situación que describen como “injusta, incomprensible y profundamente dolorosa”. La pareja, que llevaba meses volcada en su proyecto ‘El Cielo de Melilla’, se ha visto obligada a iniciar una huelga de hambre después de que el local fuera clausurado sin previo aviso.

Según explican, la inversión superaba el medio millón de euros y el negocio no era solo una ilusión empresarial, sino el pilar económico de su familia y de los más de veinte trabajadores que dependían de él. Lo que más les duele no es únicamente la pérdida económica, sino la imposibilidad de acceder siquiera a sus pertenencias personales: material escolar de sus hijas, medicación, ordenadores… Objetos cotidianos que, de repente, se han convertido en símbolo de impotencia.

Fran Antón fue el primero en dar la voz de alarma. A través de sus redes sociales explicó que había decidido encadenarse a la verja del local y dejar de comer como acto de protesta, convencido de que “la justicia no estaba de su parte”. Asegura que todos los documentos estaban en regla y que la clausura les pilló totalmente por sorpresa. Su gesto, extremo pero calculado, pretendía llamar la atención sobre lo que consideran una injusticia que los está llevando al límite físico y emocional, según Lecturas.

El impacto familiar y la pregunta más dura: cómo explicárselo a sus hijas

Pocas frases han resonado tanto como la de Kiko Hernández: “¿Cómo se lo decimos a nuestras hijas?”. Más allá del conflicto administrativo, la dimensión humana del drama ha conmovido a muchos. La pareja se enfrenta al reto de explicar a sus pequeñas por qué el lugar que consideraban un proyecto familiar, escenario de eventos y sueños compartidos, ha quedado de un día para otro cerrado y bajo custodia policial.

Kiko, que abandonó compromisos profesionales en Madrid para unirse a la protesta, insiste en que seguirán luchando “solo por dignidad y hasta que el cuerpo aguante”. La indignación convive con la preocupación: se encuentran en plena campaña de Navidad, cuando tenían más de 6.000 reservas y un calendario repleto de eventos. Para ellos, cada día con el local cerrado supone no solo pérdidas económicas, sino también la sensación de que se esfuma un proyecto en el que habían puesto alma, tiempo y esfuerzo.

La situación está ahora en manos de las autoridades, pero la pareja no parece dispuesta a renunciar. Su protesta es un grito de auxilio, pero también un acto de resistencia. Y mientras esperan respuestas, la pregunta sobre cómo explicar todo esto a sus hijas sigue siendo, quizá, la más difícil de todas.

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