En nombre de Dios

30 de enero de 2024
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Dios
Dios. | CVCLavoz

JAVIER CASTEJÓN

‘Pacem in terris’ fue ideada en respuesta a la crisis de los misiles en Cuba y escrita con el propósito de fomentar el establecimiento de la paz entre todos los pueblos y naciones del mundo

“Sobre la paz entre todos los pueblos que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad”. Así reza el subtítulo de la encíclica ‘Pacem in terris’, que en abril de 1963, semanas antes de su muerte, dirigía el Papa Juan XXIII a todos los hombres de buena voluntad.

Este documento fue escrito con el propósito de fomentar el establecimiento de la paz entre todos los pueblos y naciones del mundo. Era entonces la época de la Guerra Fría y una creciente amenaza de guerra nuclear oscurecía la esperanza humana. De hecho, ‘Pacem in terris’ fue ideada en respuesta a la crisis de los misiles en Cuba, en la que el mundo evitó por poco una guerra nuclear.

La novedad de aquella encíclica es que hasta ese momento, todo documento oficial salido del Vaticano había sido invariablemente dirigido al mundo católico, y ahora, por vez primera en la historia de la Iglesia, el Papa dirigía su reflexión “a todas las personas de buena voluntad”. Fue así como se universalizó la expresión “Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad”.

Desde entonces han pasado sesenta años y el ser humano sigue escribiendo su historia ignorando ese y cualquier otro mensaje de los muchos que continuamente apelan a la paz y brotan continuamente de la boca de los hombres de buena voluntad. Nuevas guerras asolan continuamente la faz de la tierra, poniendo de manifiesto la persistencia de la crueldad y la falta de compasión en la relación entre hombres y pueblos.

A fecha de hoy, la superficie del planeta se baña con la sangre de los inocentes en tantas latitudes, que cada vez parece más utópico el deseo de la encíclica papal, la paz en la tierra.

En los últimos meses (desde el oscuro 7 de octubre en que los guerrilleros de Hamás, sedientos de sangre y venganza, sembraron el terror y la muerte en los kibutzim israelíes), una nueva tormenta de sangre y odio se extiende como una mancha de aceite entre judíos y árabes. La respuesta del estado de Israel no se ha hecho esperar. Resulta obsoleto describir el nivel de muerte y crueldad de lo que sucede en Gaza.

Pero llama la atención que ambas sociedades, judía y musulmana, procedan de un tronco religioso común, el mismo que acoge a los cristianos. No en vano se las denomina colectivamente como creencias abrahámicas, en referencia a su descendencia común de la tradición religiosa del profeta Abraham.

¿Por qué los hombres emprenden guerras en nombre de Dios?

Pero esta identificación de origen parece haber actuado más como un revulsivo generador de odio entre los pueblos que inspirador de paz entre los mismos. Desde las Cruzadas en 1095 hasta hoy día, hemos visto innumerables conflictos librados en nombre de la fe. Religión y guerra se han entrelazado a lo largo de la historia.

Los discursos de los dirigentes israelíes que lideran esta última guerra están repletos de referencias religiosas, mientras que las acciones militares vienen precedidas de lecturas colectivas de los libros sagrados. El fanatismo religioso no es, en absoluto, exclusivo del Islam, sino que, por desgracia, impregna también el bando israelí, titular de uno de los ejércitos más poderosos del mundo.

El fanatismo religioso que conmociona al nuevo milenio es el capitulo más reciente de una historia iniciada mucho tiempo atrás. La humanidad ya lleva trece siglos de guerras santas. Por ellas se han enfrentado cristianos y judíos contra musulmanes, sunnitas contra chiítas, protestantes contra católicos, entre otros. ¿Por qué los hombres emprenden guerras en nombre de Dios? Desde las primeras jihads del siglo VII y las cruzadas de la Edad Media, hasta las guerras de la Reforma y el terrorismo de los fanáticos de hoy, matar en nombre de Dios se ha transformado en un fenómeno recurrente.

Parece que todos los autodenominados “hijos de Dios” han decidido seguir el camino de la guerra y la destrucción en una espiral de violencia y muerte de consecuencias desconocidas para la especie humana.
El rey Lear de Shakespeare decía que “en este mundo, los locos conducen a los ciegos”. Aplicando este símil al fenómeno de la violencia implícita en los conflictos internacionales, podríamos decir que los locos son los poderosos, y los ciegos aquella gente del pueblo que inocentemente mata y muere en las guerras, unas veces por la inercia de la historia, y otras creyendo que lo hacen en nombre un bien superior.

En nuestro mundo, cada minuto mueren de hambre o enfermedad curable diez niños, y cada minuto se gastan tres millones de dólares en la industria militar que es una máquina de muerte. Y, paradójicamente, la mayoría de los conflictos subyacentes pretenden una justificación religiosa. Es impúdico aceptar que unos hombres matan a otros porque se creen más cercanos a Dios, y por tanto, con el derecho sobre la vida de aquellos otros que imaginan más lejos de la bendición divina. Ambos bandos tienen la misma creencia y por eso, ambos bandos continúan matando sin cesar.

Tal vez, con independencia de la creencia religiosa a la que cada cual libremente esté adscrito, y por supuesto incluyendo a ateos y agnósticos, debiéramos hacer una una relectura de la encíclica “Pacem in terris”, e intentar asumir que, como ya dijera en aquel documento Juan XXIII semana antes de morir, “la paz debe cimentarse sobre los valores de la verdad, la justicia, el amor y la libertad”.

1 Comment

  1. Excelente artículo que da para la reflexión personal. Es significativo que se estén haciendo “guerra santas” cuando en la actualidad la religión está en declive, no hay creencias, no hay fe. Vivimos en un mundo cada vez más alejado de Dios y en nombre de El se hace la guerra…

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