Pederastia

21 de enero de 2024
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Niña sentada cerca de una ventana. | Fuente: Rawpixel.
Alfonso Pazos Fernández

Posiblemente toque la fibra sensible de mucha gente cuando hable de este trastorno de la personalidad de carácter sexual. Lógicamente estamos hablando de un adulto, generalmente varón, que mantiene relaciones sexuales de distinto tipo con menores de edad, generalmente menores de 13 años, los conocidos como “pre-púberes”, sean niños o niñas. (Lo de “niñes” lo dejo para los gilipollas que no saben ni de lo que hablan).

A lo largo de los años, mantener relaciones sexuales con niños o niñas ha sido desde bien visto hasta costumbre, pasando a pecado mortal y a delito. Los griegos mantenían relaciones sexuales con niños a la vista de todos. Los romanos lo mismo. Y muchos pueblos lo copiaron y lo importaron a sus territorios.

La pregunta es: ¿Qué es un comportamiento sexual desviado? ¿El fetichismo, el travestismo, el sadismo, el masoquismo, el exhibicionismo, el voyeurismo, el froteurismo, los trastornos de identidad o disforia de género? Todos ellos, junto con la pedofilia vienen recogidos en el Manual Diagnóstico de los Trastornos Mentales en su quinta edición (DSM-5) y por ello son consideradas enfermedades.

Hoy en día decir que la disforia de género es una enfermedad mental es como decir que la homosexualidad hay que tratarla. Hasta hace bien poco, la homosexualidad, la masturbación o las relaciones fuera del matrimonio estaban castigadas en nuestro código penal, o al menos con el fuego eterno.

Hoy en día se mantiene que los niños y las niñas menores de 13 años no son capaces de dar un consentimiento válido a la hora de mantener una relación sexual con un adulto. Sin embargo, sí admitimos la posibilidad de que un “niñe” de ocho años pueda, sin ningún género de dudas, establecer que sufre una disforia de género y que se siente algo que no corresponde con lo que biológicamente le ha tocado en suerte.

Me podrán decir que no es lo mismo dar el consentimiento para mantener relaciones sexuales con un adulto que sentirse de un género que no se corresponde con el del físico con el que ha nacido. Cierto. No es lo mismo. Creo que es más complejo que un “niñe “de ocho años se sienta de otro género que un niño o niña de 12 o 13 años conceda válidamente su consentimiento para mantener una relación sexual con un adulto.

Entramos aquí en un campo que ni los profesionales de la mente han estudiado en profundidad. Nadie sabe porqué hay personas que les excita mantener relaciones sexuales con un cadáver, necrofilia, o con animales, zoofilia. Tampoco creo que los tratamientos para esas supuestas “desviaciones” de lo que la sociedad dice que es lo normal, sean muy efectivos. Si no saben cual es su origen malamente pueden atacarlos y tratarlos.

Leo en las noticias que se abren diligencias a unas personas por anunciar que pueden curar la homosexualidad, delito de odio dicen que se llama. Más bien son gilipollas, y si por ser gilipollas se les abren diligencias a unas personas, media España debería estar imputada. La homosexualidad es una inclinación sexual que no se puede tratar. Al hombre que le gustan o se siente atraído por otros hombres no se le van a quitar las ganas de interrelacionarse con otros hombres le hagan lo que le hagan. Y a las mujeres lo mismo.

Lo único cierto es que los pederastas van a la cárcel. No van a un psiquiátrico o a recibir un tratamiento para su “enfermedad”, porque lo cierto es que tanto el DSM-5 como el CIE-10 recogen esta desviación como eso, como una enfermedad, como una bulimia o una depresión. Un trastorno de la personalidad en el ámbito de la sexualidad.

¿Y creen ustedes que la cárcel “cura” las enfermedades mentales? Como dijo una buena amiga mía, oficial de sanidad en las Fuerzas Armadas: “Las enfermedades en las personas no se curan, se tratan. Se curan los jamones y los chorizos.”

Meten a un pederasta en la cárcel cinco, diez o quince años, y sale curado. ¡Los cojones! Sale peor de lo que entró. Los muros del patio, los barrotes de la celda, la concertina que corona los muros y las alambradas que rodean la cárcel no curan a nadie, al contrario, lo vuelven peor de lo que entró.

Que se lo pregunten a los padres de Alex, el niño violado y asesinado en Lardero por Francisco Almeida, preso cumpliendo condena por asesinato y violación. Que, si lo soltaron antes de tiempo, que, si un juez decidió soltarlo a pesar de los informes de los psicólogos de la cárcel que no lo recomendaban, etc. etc. etc.

¿Qué cojones van a decir los psicólogos de la cárcel si no han tratado ni a ese preso ni a ninguno? ¿Qué cojones de valoración van a hacer si lo único que hacen es decirte, al pederasta, que no vas a salir de la cárcel hasta que te licencien? El juez se ha creído que esos supuestos “profesionales” han hecho su trabajo y han tratado a ese preso y puede empezar a salir ya que en breve se le termina la condena.

¿Qué se creen ustedes que una vez cumplida la condena completa ese hombre no volvería a violar y a matar a otro niño? Por suerte o por desgracia he compartido espacio en la cárcel con verdaderos depredadores sexuales, y sé de lo que hablo. Un funcionario de prisiones, muy conocido en la cárcel de Martutene en San Sebastián, Guipúzcoa, hacía viajes de placer.

Viajaba a Tailandia, a Vietnam y a Panamá. Se jactaba de haber comprado un niño de cinco años a sus padres por tres mil dólares. Lo que hacía con el niño después se lo pueden imaginar ustedes.

Pederastas de internet, que se bajaban e intercambiaban fotos y videos con desnudos y sexo explícito con menores. Los había que habían mantenido relaciones con niñas de su familia y lo único que decían para justificarse es que era ella quien le había provocado o que ella disfrutó más que él.

Si la pederastia es una enfermedad, a los que cometen este tipo de delitos, mantener relaciones sexuales con menores o descargarse pornografía de menores de edad, había que tratarlos en un centro específico para ellos y no en la cárcel. Lo demás es puro populismo. Meter en la cárcel a la gente a cambio de votos.

Por si alguien se ha confundido con mis ideas y mis intenciones, les diré que tengo un nieto de 12 años y una nieta de 2. Y por si les queda alguna duda más les ruego que lean la novela que se publicará en breve, “El inocente asesino”, y en ella verán como me gustaría tratar esa enfermedad.

De momento lo único que pido es que no seamos tan hipócritas. Por un lado, se nos llena la boca con los Derechos Humanos, que si la Declaración Universal, que si la de la Unión Europea, que si la Constitución, etc. Pero cuando suceden casos como el de Lardero, todos nos echamos a la calle a pedir Justicia, cuando lo que queremos es venganza pura y dura, queremos asaltar la cárcel donde está recluido el fulano en cuestión y colgarlo de una farola después de haberlo molido a golpes.

O estamos de acuerdo con la Declaración Universal de Derechos Humanos y pensamos que esos derechos son aplicables a todas las personas, incluidas las que tienen esas tendencias sexuales “desviadas”, o nos borramos de la firma de dicha declaración e imponemos la castración o el empalamiento a quien cometa ese delito. Pero no se puede estar en misa y repicando.

Alfonso Pazos Fernández

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