Hoy: 22 de noviembre de 2024
La abogada Mari Carmen Pino aún recuerda el rostro de Elena Scherbakova la mañana de aquel 21 de agosto de 2014 cuando tuvo que asistirla ante el juzgado de Instrucción 26 de Barcelona. Iba esposada y demacrada. Dos guardias civiles la habían escoltado la víspera en coche desde Madrid, recién aterrizada de un vuelo que la había traído desde Atenas (Grecia) custodiada por dos policías españoles.
Nacida en 1960 en Rusia, Elena Scherbakova tenía aquel día “la mirada perdida”, rememora Mari Carmen. “No hablaba nada: me llamó la atención la profunda tristeza que noté en su rostro”. Le acusaban de un terrible asesinato. A Mari Carmen le tocaba guardia en el turno de oficio.
En 2010, un hombre halló en un monte del término de Igualada (Barcelona) un cadáver semienterrado y envuelto en bolsas. El cuerpo estaba molido a palos, según acreditó la autopsia. Un juez de Igualada abrió diligencias por asesinato y más tarde las remitió a los juzgados de Barcelona. Los Mossos lograron identificar el cadáver. Era un ciudadano ruso afincado en la ciudad condal. Y marido de Elena Scherbakova, quien, junto a su hijastra y el novio de esta, coincidiendo con la fecha del crimen, había tomado un avión en el aeropuerto de El Prat con destino a Moscú (Rusia).
Los Mossos localizaron el domicilio del cadáver y lo registraron. En la casa seguía viviendo una hija de Elena Scherbakova, también hija biológica del muerto. Y también vieron una de las habitaciones a medio pintar. Los agentes descubrieron pronto que la finalidad de la pintura era ocultar manchas de sangre en la pared. Luego se comprobó pertenecía al hombre asesinado. El juzgado de Barcelona ordenó el ingreso de la joven en un centro de menores, entonces tenía 17 años.
¿Por qué no se fue usted a Moscú con su madre y su hermanastra”, le preguntaron en el juzgado. “Me gusta Barcelona”, respondió la menor. Al año siguiente, al cumplir los 18 años, quedó libre. Y nada más ha sabido el juzgado de ella.
Las pesquisas judiciales se centraron en los prófugos, y sobre todo, en la esposa, Elena Scherbakova. En Barcelona se hizo cargo del crimen el Juzgado 26, que dirige Roser Aixandri.
Tras la autopsia y el hallazgo de la sangre en la casa de alquiler que compartían en Barcelona Elena Scherbakova y el fallecido, la juez Aixandri emitió una orden internacional de búsqueda y captura contra la presunta asesina y los otros fugados. Pasó el tiempo y ningún éxito.
Cuatro años después, el 14 de julio de 2014, a 3.081 kilómetros de Barcelona, la policía griega informó a España de que acaba de detener a Elena Scherbakova. Estaba de vacaciones. Era estío y su ruta de asueto incluía un recorrido por varias islas. Las autoridades griegas la encarcelaron en Atenas a la espera de noticias de España, que al instante anunció una petición de extradición por el crimen de Igualada.
Elena Scherbakova huyó en avión a Rusia junto a su hijastra y el novio de esta, coincidiendo con la fecha del crimen de su marido. La policía griega ofreció a Elena Scherbakova dos opciones, una rápida y otra más lenta: viajar voluntariamente a España y aclarar cuanto antes los graves cargos que pesaban sobre ella o personarse en un proceso de extradición que podía demorarse meses (y con visos de prosperar). Eligió la vía rápida.
No podía creer lo que le estaba pasando. En Grecia, de vacaciones y con los grilletes. Y es que, cuando mostró su pasaporte ruso para franquear la aduana del aeropuerto, sonó una alerta roja en los terminales de Interpol Europa.
Los agentes disponían de una ficha policial en la que figuraba el nombre, fecha y lugar de nacimiento de la persona buscada en Barcelona. Y unas huellas dactilares tomadas en fotocopia por los Mossos y extraídas del documento de identidad que Elena Scherbakova había aportado en el contrato de alquiler del piso.
Tras más de un mes encarcelada en Grecia, dos agentes del Cuerpo Nacional de Policía españoles viajaron a Atenas a por ella el 20 de agosto de 2014. Cuando llegó a Barcelona al día siguiente, la juez Aixandri estaba de vacaciones. La sustituía una colega. El juzgado avisó a una abogada de oficio para que la representara. Mari Carmen la vio ese día por primera y única vez. “Le noté un rostro muy triste. No hablaba castellano y la acompañaba un intérprete de ruso”.
“Cuéntame todo para que pueda defenderte” – le pidió Mari Carmen estando ellas frente a frente, en privado.
“Me miró y solo me dijo: ‘yo no he sido, yo no he sido’… Y agachó la cabeza y se calló. Tampoco declaró ante la juez. Se acogió a su derecho a no declarar”, evoca Mari Carmen. El juzgado 26 de Barcelona decretó su ingreso en prisión sin fianza en una cárcel de mujeres. Eso sí, se acordó practicar un análisis de las huellas dactilares, señala la letrada.
18 días estuvo recluida en Barcelona hasta que se descubrió el monumental error. Es decir, que la Elena Scherbakova detenida en Grecia durante sus vacaciones y recluida en Barcelona no era la Elena Scherbakova buscada por el asesinato a palos de su esposo. A nadie, ni en Grecia ni luego en Barcelona, se le ocurrió hacer un cotejo fiable de las huellas dactilares.
En ambas Elenas coincidía casi todo: año y lugar (Rusia) de nacimiento y nombre y apellidos. Pero tampoco nadie, ni en Grecia ni luego en España, creyó sus palabras de inocencia. La mujer injustamente recluida era una ingeniera y profesora de universidad, tenía hijos y estaba viuda, pero la muerte de su marido había sido natural.
La juez Roser Aixandri entiende, y así lo ha comunicó al Ministerio de Justicia y al Consejo General del Poder Judicial, que le pidieron un informe sobre este asunto, que se trató de “un error policial” por no cotejar correctamente las huellas. Recuerda que, cuando se incorporó tras las vacaciones al juzgado y preguntó por lo ocurrido, le dijeron que las huellas de la ficha policial apenas tenían calidad.
-¿Y la chica no se puso a gritar, o lo que fuera, cuando llegó desde Grecia proclamando su inocencia y viendo que la volvían a meter en la cárcel por algo que no había hecho?
-Pregunté y me dijeron que no dijo nada, que no declaró – señala la magistrada a EL PAÍS.
-¿Y no pudo ser que, al ser rusa, no la entendieran bien?
-¿Y la chica seguro que no se puso a gritar cuando llegó desde Grecia proclamando su inocencia?
-No, no; declaró con intérprete. Su abogada me comentó posteriormente que en Rusia muchas personas prefieren callar por miedo a que les ocurra algo peor… Es verdad”, agrega la juez, “que muchos detenidos niegan lo que se les imputa; pero, vamos, si la chica, por ejemplo, hubiese dicho: yo jamás he pisado Barcelona, soy viuda, vivo en tal sitio… se notaría que algo no encaja… pero no dijo nada.
“Luego creo que se hizo cargo de ella un abogado del Consulado de Rusia”, comenta Aixandri, que nada más ver el informe sobre las huellas ordenó su inmediata libertad. El responsable del consulado declinó hablar sobre este asunto.
El Poder Judicial, en un informe del pasado dos de febrero, culpa de este grave error, aunque no llega a calificarlo así porque señala que carece de facultad para enjuiciar decisiones judiciales, “no solo a la autoridad extranjera [Grecia, donde no se cotejaron las huellas], sino también a las nacionales [las españolas]”. Y tampoco exime al juzgado 26, puesto que “a disposición” suya quedó al ser trasladada a Barcelona. Y también ratificó su ingreso en la cárcel de mujeres, “privándola indebidamente de su libertad”, señala el órgano de gobierno de los jueces en un informe.
Estuvo presa en Barcelona hasta el 10 de septiembre de 2014. “Es un error de carácter material que se incardina entre los supuestos de funcionamiento anormal de la Administración de Justicia” y que, por tanto, debe ser reparado económicamente. Quien decide finalmente si se indemniza es el Ministerio de Justicia.
Este reportaje forma parte de la serie la Justicia Imperfecta, que el autor de esta información publicó en El País.