La historia de Oziac Fromm, el niño que sobrevivió en un bosque, es la de una infancia quebrada por la guerra, pero también la de una resistencia silenciosa que permitió a un niño seguir con vida cuando todo estaba en su contra. Tenía solo 12 años cuando se vio obligado a huir y esconderse durante casi dos años en un bosque para escapar de la persecución nazi. Su testimonio no habla solo de supervivencia física, sino de memoria, pérdida y dignidad en uno de los periodos más oscuros del siglo XX.
Oziac nació en 1930 y pasó sus primeros años en un entorno familiar cálido, marcado por las tradiciones, las cenas a la luz de las velas y la sensación de hogar. Su familia se estableció en Buczacz, un pueblo que entonces pertenecía a Polonia y que hoy forma parte del oeste de Ucrania. Aquellos recuerdos de infancia, la figura protectora de su madre, la exigencia distante del padre, las rutinas compartidas, se convertirían con el tiempo en un refugio emocional al que aferrarse.
Todo cambió con la guerra. Tras una primera ocupación soviética que no alteró gravemente la vida cotidiana, la llegada de las tropas nazis en 1941 transformó el pueblo en un escenario de terror sistemático. Las detenciones, los engaños y las ejecuciones comenzaron casi de inmediato. El padre de Oziac fue uno de los cientos de hombres judíos que nunca regresaron tras ser llamados a registrarse, según La Prensa.
La familia fue confinada en un gueto, hacinada en una sola habitación junto a otras personas. El miedo dejó de ser una sensación puntual para convertirse en una presencia constante, especialmente cuando comenzaron las redadas casa por casa. La violencia presenciada por el niño, gritos, disparos, asesinatos a plena vista, marcaría su memoria para siempre.
El momento decisivo llegó cuando su madre, consciente de que no había escapatoria, tomó una decisión devastadora: salvar a su hijo a costa de su propia vida. Le ordenó correr y esconderse. Fue un acto de amor extremo. Oziac obedeció sin mirar atrás.
Desde entonces, el bosque se convirtió en su único refugio. Allí aprendió a sobrevivir solo, enfrentándose al frío, al hambre y al miedo constante de ser descubierto. Dormía oculto, se movía con cautela y dependía de su ingenio para seguir con vida. Cada día era una lucha silenciosa contra la desesperación.
En una ocasión, un policía alemán llegó a apuntarle con una pistola y le preguntó si era judío. Oziac negó con una sola palabra. Aquella respuesta le salvó la vida. No hubo heroicidad épica, solo instinto, terror y suerte.
Hoy, su historia es un recordatorio necesario. No solo de lo que ocurrió, sino de lo que nunca debe volver a ocurrir. La voz de aquel niño escondido en el bosque sigue hablando por millones que no pudieron sobrevivir, y nos interpela desde la memoria para no olvidar.