La mayoría de las personas saben de qué material están hechas, o por lo menos se enteran en la medida que toman conciencia de su realidad. Y es en función de detectar cuáles son los defectos de su nación —en el sentido de su fuero interno y personalidad— para conocerse a sí mismas, al saber qué es lo bueno y qué es lo malo que hay dentro de ellas. Si consideramos que cada ser humano visto individualmente por razón de su propia personalidad es una nación en sí misma y que ella es una combinación de todas sus características ancestrales, debemos igualmente reflexionar sobre todo lo que no queremos ser y sobre todo aquello que deseamos eliminar de nosotros, por ser conductas que debemos rechazar, en la medida que pretendamos ser mejores personas.
Actuar en una dirección o en otra, dentro de lo que podría denominarse correcto o incorrecto, normal o anormal, en función de lo que se espera de cada cual por lo que aparenta o pretende hacer ver o creer, o lo que en realidad se quiere ser o simplemente es, encuentra adecuada respuesta en la naturaleza de los ingredientes que nos componen y en la prevalencia de unos sobre otros.
En la combinación al azar de la carga genética que tomamos de nuestros padres para conformar nuestra naturaleza, todos los insumos son mezclados para dar como resultado un producto que gozará de las características personales y familiares de ambos. El parecido físico, el color de los ojos o el cabello, la estatura o el timbre de la voz, si bien son elementos a considerar, como virtudes o defectos, no hay que olvidar el material del cual está hecha la mente, ya que existen atributos de los que podríamos ufanarnos, pero también podrían existir formas de comportamiento atávicos discordantes con los cánones estándares de un hombre o una mujer sana, o de los requeridos para vivir en sociedad en paz y armonía. Estos se manifiestan espontáneamente y a veces sin que el afectado o la afectada se entere, al asumirlo como algo ordinario sin prestarle mayor atención y sin alarmarse, pero que solo se pueden atacar o controlar si se tiene conciencia de esa predisposición hereditaria, para prever los correctivos del caso. He allí, entre otras cosas, las acuarelas psicológicas.
Baltasar Gracián puntualiza que el agua participa de las cualidades, buenas o malas, de los lechos por donde pasa, y los hombres y las mujeres participan de las del clima del lugar donde nacen. Unos más que otros están en deuda con sus patrias, pues les tocó allí un cielo más favorable. Ninguna nación se escapa de algún defecto innato, incluso la más culta. Defecto que censuran los Estados vecinos como cautela o como consuelo. Corregir, o por lo menos disimular, estos defectos es un triunfo. Hay también defectos de familia, de estado, de ocupación y de edad; si coinciden todos en una persona, y no se previenen con prudencia, crean un monstruo intolerable.
«Conócete a ti mismo. Quien obra sin conocerse a sí mismo, obra a ciegas.» — Aristóteles
Dr. Crisanto Gregorio León, psicólogo, ex sacerdote, profesor universitario
Muy interesante artículo. Nacemos con una carga heredada que no es determinante. El medio, la relación con los otros y la educación, en sentido amplio, puede moldearla. Al final nos definen los actos, que se supone son la suma de lo que configura nuestro interior.