Presurosa ayer vino la abuela, y a pesar de su avanzada edad, estaba como siempre, llena de energía, vigorosa en su espíritu y dispuesta a contribuir con sus lecciones. A su tiempo, se da el lujo de dar consejos así no se lo pidan. Es su privilegio, se lo ha ganado a pulso y es su trofeo. Detrás de cada palabra siempre hay un amor avizor, pues su preocupación es la familia y ella desde su espontaneidad y humildad no deja de ser la matrona.
Se desvive por conversar, por dar cuanta estrategia de vida pueda, para alertar a los que dejará cuando ya no esté. Pero, muchos no quieren escucharla o simplemente no tienen tiempo para quien dedicó años y años de brutal esfuerzo para hacer de su familia lo que ella creyó más conveniente, y equivocada o no, hizo un trabajo. Aportó lo suficiente para que con sus virtudes o defectos la descendencia sobreviviera. Desde luego, ella hubiera preferido más virtudes y menos defectos en los hijos, en los nietos y en todos los que provinieran de ese tronco común. Pero todos los seres humanos somos una extraña y complicada combinación de cosas buenas y no tan buenas; la perfección solo la han alcanzado los benditos de Dios. Seguramente hubiera preferido tener hijos santos, pero ¿qué madre o padre no quisiera eso? Una excelsa aspiración.
Dentro de lo que errada o acertadamente ella creyó conveniente, siempre estuvo presta a colaborar con todos. Un instinto de conservación la mantuvo y mantiene buscando a los hijos y velando por ellos, colocándoles la luz en la visión de las cosas, y sorpresivamente, siempre logra detectar el trasfondo de las situaciones que parecieran simples y son de una complejidad impresionante, o que pareciendo complejas son tan sencillas que nos dejan abrumados.
La abuela, una de esas mujeres que no obstante sola, no desmayó en echarle arrestos a la vida para sacar adelante a los suyos. Quizá algunos pudieran opinar que no fueron muy atinados los métodos para lograr los fines que perseguía, pero desde luego nadie le reprocharía el querer apartar a los suyos de los peligros que acechan en la vida.
Una mujer de esas que contadas veces pare la tierra y con estirpe de luchadora a nada teme y a nada temió, y aunque los años la hacen más vulnerable, mantiene su talante gallardo y dispuesto a jugarse la vida si fuera el caso por el bienestar familiar.
La abuela, una mujer de sin igual carácter, amorosa desde una visión severa y estricta desde una visión apacible. ¿Clara, o muy compleja? No podemos desconocer que siempre ha sido clara y ha puesto a merced de todos lo que el corazón le dicta, pero sin otro propósito que enrumbar a los suyos por el mejor camino.
Ahora que los años han transcurrido y los hijos y los nietos crecieron, han pensado que nada deben a la abuela. Y contrariamente, toda actitud de conservación y de protección familiar es un legado de ella.
¿Cómo podemos honrar a la abuela? Sencillamente preocupándonos por ella, por quien bastante se preocupó y se preocupa por nosotros. No dejemos que la soledad la envuelva y seamos más condescendientes con sus anhelos y deseos.
No esperemos no tenerla entre nosotros para tributarle rosas en su tumba y comprendamos que con su visión del mundo hizo, como pudo, cuanto pudo hacer.
Nuestros ancianos son nuestra honra, honremos a quienes de su vida y de tiempo nos dieron lo que mejor pudieron.
«No hay en la vida nada más hermoso ni más difícil que ser la madre de un anciano.» — José Saramago
Dr. Crisanto Gregorio León, psicólogo, ex sacerdote, profesor universitario