La naturaleza del mal

16 de diciembre de 2025
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No se trató únicamente de un sistema político, sino de una narrativa cuidadosamente construida

Hablar del mal suele incomodar. Preferimos imaginarlo como algo extremo, visible, casi caricaturesco. Sin embargo, el mal más persistente suele presentarse con palabras suaves, promesas nobles y una estética de justicia social. El comunismo, y sus derivaciones ideológicas, no irrumpieron en la historia como tiranías declaradas, sino como relatos de redención. Se ofrecieron como solución al dolor, al agravio y a la desigualdad. Ahí reside su fuerza inicial.

No se trató únicamente de un sistema político, sino de una narrativa cuidadosamente construida. Una historia que señalaba culpables claros y ofrecía un futuro luminoso a cambio de obediencia presente. En Cuba, por ejemplo, bastó una minoría organizada y disciplinada para hacerse con el poder, apoyándose más en el control del relato que en el respaldo real de la población. El voto fue secundario. Lo decisivo fue la captura del lenguaje, de la moral y del miedo.

Estos movimientos no sobreviven por accidente. Se alimentan de verdades a medias, de agravios amplificados y de una constante sensación de lucha inacabada. El conflicto no es un efecto colateral, es el combustible. La promesa siempre está ahí, justo un poco más adelante. La culpa del fracaso, también: nunca es del sistema, siempre es de un enemigo externo, de una clase dominante, de un sabotaje invisible.

El desastre como método y como destino

Hay una idea incómoda que cuesta aceptar: el colapso no es un error del comunismo, es parte de su diseño. Una sociedad exhausta, empobrecida y emocionalmente desgastada es más fácil de gobernar. Cuando la supervivencia ocupa todo el espacio mental, desaparece la capacidad de cuestionar. El ciudadano se convierte en dependiente, no del bienestar, sino del permiso.

La retórica insiste en una guerra constante contra un opresor abstracto. Esa guerra nunca termina porque no puede terminar. Si acabara, el sistema se quedaría sin justificación. Por eso necesita enemigos permanentes y crisis recurrentes. La escasez se normaliza. El fracaso se romantiza. La resignación se presenta como conciencia política.

Lo verdaderamente perverso es que muchos de los que crecen dentro de estos sistemas no conocen otra cosa. La memoria se borra, la historia se reescribe y la infancia queda marcada por consignas antes que por opciones. No hace falta una represión visible todos los días; basta con moldear la realidad desde la base.

Cuando se observa con distancia, el patrón se repite una y otra vez. Promesas grandilocuentes, poder concentrado, libertad sacrificada en nombre de un bien mayor que nunca llega. El mal no siempre grita. A veces susurra, convence y espera. Y cuando ya ha echado raíces, resulta mucho más difícil arrancarlo que reconocerlo.

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