Cuando pensamos en FIFA solemos imaginar organización, emoción global y el sueño colectivo de millones de aficionados. Pero tras esa imagen muchas veces se esconde un entramado de decisiones cuestionables, atrapadas en el barro del poder, el dinero y la influencia. Tal como denuncia la columna León Krauze, titulado precisamente «La FIFA enloda el Mundial», la institución que rige el fútbol mundial ha mancillado no solo la pureza del deporte, sino también sus valores fundamentales.
Los escándalos no son nuevos: desde sobornos para obtener sedes, pasando por venta irregular de entradas, hasta manejos opacos en contratos, la historia de la FIFA está salpicada por denuncias de corrupción. Cada Mundial organizado bajo su tutela arrastra con él el peso de decisiones envueltas en intereses económicos y políticos, sacrificando con ello la integridad del torneo. Incluso cuando adopta un rol mediador entre el deporte y la política, esta mezcla, como cuenta Krauze con la mención a figuras políticas de alto perfil invitadas a ceremonias oficiales, revela una degradación de lo que debería ser una celebración del fútbol, según La Vanguardia MX.
Primero, porque el Mundial ya no solo representa una competición deportiva: se ha convertido en un escaparate de poder. Cuando la FIFA usa sus eventos para lavar reputaciones, al invitar a líderes políticos o recurrir a mecanismos de marketing agresivo, el fútbol pierde su esencia de juego colectivo para transformarse en palco de maniobras diplomáticas o propagandísticas. Esa ambición corporativa atenta contra la idea de unidad, pasión y competencia justa que debería encarnar.
Segundo, por la hipocresía que trae: se habla de valores, fair play, hermandad global… mientras se tejen tramas de corrupción, decisiones oscuras y aprovechamiento económico. En torneos recientes, las acusaciones de sobornos, concesión irregular de sedes y contratos opacos han resurgido una y otra vez. La paradoja es cruel: un evento que debería unir al planeta, termina siendo símbolo de desconfianza y cinismo.
Por último, y quizás lo más doloroso para quienes amamos el fútbol: ese barro contamina también la ilusión de los aficionados. Lo que para muchos es emoción, unidad, celebración, se convierte en espectáculo condicionado por decisiones ajenas al deporte. Y cada vez que la FIFA se aparta del ideal deportivo para abrazar la conveniencia económica o el interés político, el Mundial pierde su brillo.