Por no entender sus verdaderas opciones, Nicolás Maduro está condenado a refugiarse en su búnker a esperar su destino final.
El gobierno de los Estados Unidos pasó hoy a una etapa mucho más definitiva de su plan para desmantelar la estructura criminal que secuestró a Venezuela, dinamitó su futuro, expulsó a un tercio de los venezolanos y atormentó a la región con todo tipo de fechorías.
Hace una semana, Maduro y sus seguidores tuvieron la opción de irse después de completar ciertos trámites. A pesar de los esfuerzos para llegar a una salida negociada, persistieron en sus demandas, ignorando el hecho de que nadie en Washington está dispuesto a otorgar concesiones ridículas a un grupo ampliamente detestado por la población, buscado por los sistemas de justicia de numerosos gobiernos, e incluso incapaz de liberar a todos los prisioneros políticos como una muestra mínima de rectificación y voluntad de negociar. Su lógica criminal les impide procesar, decidir o actuar, incluso para su propia supervivencia.
Como resultado de la decisión del gobierno de EEUU de restringir el espacio aéreo venezolano al máximo, ahora jerarcas civiles y militares del régimen tendrán que solicitar permiso para abordar un avión bajo pena de ser obligados a aterrizar quién sabe dónde. Si ahora, después de años de negociaciones amañadas, desean irse, su mejor opción es sin duda un tribunal en Nueva York o Florida, que probablemente sea hoy el único destino permitido o viable.
Hemos llegado a este punto debido al temor de las mafias de Maduro a finalmente enfrentar la justicia. Creyeron por mucho tiempo en la impunidad perpetua o el crimen perfecto. Erraron de la A a la Z. También se atolondraron por falsas expectativas, fruto de un costoso esfuerzo de cabildeo en Estados Unidos que, desde el principio, estaba destinado al fracaso. Este esfuerzo no solo reveló su torpeza, sino también su desesperación.
Esta etapa final será corta. Y estoy seguro de que lo que está por venir será por el bien de millones, a pesar de los presagios de los impenitentes aliados y de los sinvergüenzas contratados del régimen.
*Por su interés reproducimos este artículo de Pedro Burelli publicado en el Diario Las Américas.