Los incendios devoran más del 80% de Vilamartín, pero sus vecinos no se rinden: «No somos familia, pero como si lo fuésemos»

21 de agosto de 2025
1 minuto de lectura
Varios vecinos comen juntos en Cernego en Villamartín de Valdeorras, Ourense I Fuente: EP

En este municipio ourensano el fuego ha dejado cicatrices visibles, pero también ha mostrado que la unión puede ser más fuerte que cualquier llama

Vilamartín de Valdeorras (Ourense) vive días de prueba. El fuego ha arrasado más del 80% de su territorio y ha calcinado una veintena de casas entre San Vicente de Leira y Cernego. La destrucción es evidente, pero también lo es la unión de sus vecinos.

Cada día, los habitantes regresan a lo que queda de sus hogares. Allí se reúnen, comen juntos y comparten historias. “No somos familia, pero como si lo fuésemos”, dice Jaime Fernández, vecino de San Vicente. La frase refleja un sentimiento común en estas aldeas. La rutina diaria se ha transformado en un acto de resistencia colectiva. Rubén Álvarez, otro vecino, explica que se juntan para comer y charlar, porque muchos se han quedado sin vivienda.

En Cernego ocurre algo similar. Dieciocho vecinos compartieron este martes la última comida antes de que algunos abandonen el pueblo temporalmente, según ha informado Europa Press. Mari Ángeles Laso preparó platos tradicionales: arroz con pollo y conejo, fideuá con costilla o macarrones con tomate. Mientras unos cocinan, otros recogen platos y cubiertos. “Queremos estar todos juntos”, señala Mari Ángeles. Incluso sin luz, agua ni señal, los vecinos se agrupan en la casa del pueblo. Cristina Rodríguez comenta que comparten un generador y aprovechan cada hora de luz para convivir y organizar la noche, dando cobijo a quienes lo han perdido todo.

Solidaridad más allá de los hogares

La ayuda no se limita a los propios vecinos. Voluntarios de empresas y locales de la comarca se han volcado en abastecer de comida a agentes forestales, técnicos y habitantes afectados. Olivier, chef de World Central Kitchen, explica que llevan desde el lunes anterior repartiendo desayunos, comidas y cenas. La organización prepara empanadas, paellas, bocadillos y packs completos, además de café, agua o algún dulce, para quienes trabajan y viven en la zona.

La combinación de esfuerzo vecinal y apoyo externo ha creado un entorno de resiliencia. El fuego destruye casas, pero no logra apagar la solidaridad. Comer juntos, compartir recursos y organizar la vida diaria se ha convertido en un ritual que fortalece los lazos comunitarios.

En Vilamartín, el incendio ha dejado cicatrices visibles. Pero también ha mostrado algo más profundo: que la unión puede ser más fuerte que cualquier llama. Aquí, la comunidad no solo resiste, sino que se cuida mutuamente. No importa quién sea pariente de quién. En estos días, todos son familia.

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