En la noche del 4 de agosto de 1955, Carmen Miranda se presentó en The Jimmy Durante Show con la misma energía que la había convertido en un ícono mundial. Pero en medio de la actuación, perdió momentáneamente el aliento y estuvo a punto de desmayarse. “Me quedé sin aliento”, alcanzó a decir tras tambalearse. Aun así, recuperó la compostura y terminó el show con su eterna sonrisa. Fue su última aparición pública.
Horas después, en la intimidad de su hogar, compartió la madrugada con algunos amigos. Rieron, cantaron y bebieron hasta que Carmen se retiró a descansar. Nunca más despertó. Murió a los 46 años, víctima de un ataque al corazón. Cuando su cuerpo fue llevado a Río de Janeiro, cerca de un millón de personas salieron a despedirla, demostrando cuánto la amaban en su país natal, aunque también cuánto la habían juzgado.
La vida de Carmen Miranda fue tan brillante como breve. Nació en Portugal pero fue criada en Brasil, donde desde muy joven se destacó como cantante. Su talento, disciplina y carisma la llevaron de vender corbatas a ser la mujer más famosa del país. Según ha informado BBC News, fue la primera artista de radio en firmar un contrato exclusivo y participó en las primeras películas musicales de Brasil. Más tarde, su explosivo estilo conquistó Broadway y luego Hollywood, donde se convirtió en una sensación.
En la década de 1940, Carmen Miranda era la mujer mejor pagada en Estados Unidos y la primera latinoamericana en dejar sus huellas en el Teatro Chino de Hollywood. Su imagen, con turbantes, tacones y sonrisas, era sinónimo de alegría tropical para el público estadounidense. Pero ese mismo estereotipo que la hizo famosa fue también su jaula. En Latinoamérica, especialmente en Brasil, empezaron a verla como un producto “americanizado”, lo que le valió duras críticas.
A pesar de la presión, Miranda siempre trabajó con una disciplina feroz. Diseñaba su vestuario, ensayaba sin descanso y cuidaba cada aspecto de su imagen. Sin embargo, la exigencia era extrema. Durante el rodaje de una película en 1940, colapsó por agotamiento. Para seguir trabajando, le recetaron estimulantes; luego, somníferos para poder dormir. Así comenzó una dependencia química que la acompañó por el resto de su vida.
Las cosas no mejoraron en su vida personal. Se casó con el productor David Sebastian, pero el matrimonio fue infeliz. Carmen deseaba ser madre y, tras mucho intentarlo, quedó embarazada. La pérdida del bebé fue devastadora, y el diagnóstico de que no podría tener hijos la hundió aún más en una profunda tristeza. A eso se sumaron el alcohol y la presión constante por seguir siendo “la bomba brasileña” que todos esperaban ver.
A pesar de todo, Carmen siguió trabajando. Filmó películas, actuó en Las Vegas y debutó en la televisión. Pero en 1954, su salud ya estaba gravemente deteriorada. Su hermana la llevó de regreso a Brasil, donde pasó más de un mes desintoxicándose en una suite del Copacabana Palace. Aunque se recuperó, su esposo la presionó para volver a los escenarios.
Contra el consejo médico, retomó su carrera. Su cuerpo ya no aguantaba, pero ella no se permitía parar. Siguió sonriendo, bailando y cantando hasta el final. Por eso, su muerte fue tan impactante: nadie imaginaba que detrás del brillo se escondía tanto dolor. En su funeral, medio millón de personas la despidieron con flores y lágrimas.
Hoy, Carmen Miranda sigue viva en el imaginario popular. Cada año, en el Carnaval de Río, miles de personas se visten como ella, sin saber tal vez que aquella figura colorida fue, al mismo tiempo, símbolo de orgullo latino y víctima silenciosa de un sistema que la consumió hasta dejarla sin aliento.